En la gran Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, contemplamos la imagen de María que ella nos dejó en la tilma de San Juan Diego en 1531. Su dulce rostro, tierno y sereno, nos invita a dejar atrás toda perspectiva, actitud y sentimiento que disminuya la dignidad y valor de personas que puedan ser diferentes de nosotros en apariencia, idioma o cultura. Su manto, como el cielo estrellado que simboliza, nos rodea y nos exhorta a ser abiertos al acoger y aceptar a otros. Esta invitación se encuentra una y otra vez en las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia Católica.
“No dejen de practicar la hospitalidad, pues saben que algunos dieron alojamiento a ángeles sin saberlo.”—Hebreos 13:2
“La Iglesia en América debe ser abogada vigilante que proteja, contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada persona a moverse libremente dentro de su propia nación y de una nación a otra. Hay que estar atentos a los derechos de los emigrantes y de sus familias y al respeto de su dignidad humana, también en los casos de inmigraciones no legales”. —Exhortación apostólica postsinodal La Iglesia en América del Santo Padre Juan Pablo II, 22 de enero de 1999.
“‘Era forastero, y ustedes me acogieron’ (Mt 25:35). Hoy el emigrante irregular se nos presenta como ese forastero en quien Jesús pide ser reconocido. Acogerlo y ser solidario con él es un deber de hospitalidad y fidelidad a la propia identidad de cristianos”. —Mensaje del Papa Juan Pablo II para la Jornada Mundial del Emigrante 1996.
“La comunidad católica viene reencontrándose rápidamente como una ‘Iglesia inmigrante’, testigo de la diversidad de pueblos que componen nuestro mundo y al mismo tiempo de nuestra unidad en una sola humanidad, destinada a disfrutar a plenitud de las bendiciones de Dios en Jesucristo. Para la Iglesia en Estados Unidos, caminar en solidaridad con los recién llegados a nuestro país es hacer realidad nuestra catolicidad como Iglesia”. —Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB), “Acogiendo al forastero entre nosotros: Unidad en la diversidad”, noviembre de 2000.
I. Por qué nos pronunciamos
Nosotros, los obispos católicos de Arizona, nos sentimos profundamente entristecidos por la muerte y el sufrimiento que vemos en nuestra frontera. Somos conscientes de que nuestras comunidades están dividiéndose cada vez más como resultado de la inmigración en nuestro estado. Hemos visto crecientes expresiones de hostilidad y oposición a los inmigrantes indocumentados. Nos preocupa la imagen que algunos puedan tener de Arizona como un estado hostil a los inmigrantes. No creemos que esto sea cierto. Aquí en Arizona, muchos de nosotros fuimos cálidamente recibidos y deseamos ver quesiga brindándose esa misma hospitalidad.