Oración  

Señor, Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu amado hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para

que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.

Comentario

Primera lectura: Gén 22:1-2, 9-11

Nuestra lectura muestra cómo la revelación de Dios se desarrolla lentamente. Después de la caída de Adán, el Señor se reveló a Noé y a su familia y estableció una alianza.

Esta semana, leemos sobre la alianza de Dios con Abraham. El Señor se revela a este famoso patriarca y lo pone a prueba.

La prueba de fe es muy grande. ¿Cómo pude un humano sacrificar a un hijo? Pero, con fe en Dios, Abraham se prepara para cumplir la voluntad de Dios. En el último momento, Dios envía a su ángel para evitar que Abraham sacrifique a Isaac, su único hijo.

Por haber pasado esta prueba de fe, Dios premia a Abraham con una alianza aún mayor que la de Noé. Dios le promete a Abraham que sus descendientes serán tan numerosos como las estrellas.

Con Noé, Dios prometió no purgar la tierra de nuevo. Con Abraham, Dios prometió poblar la tierra con los hijos de Abraham.

Estos dos pactos muestran el deseo de Dios para restaurar a la gracia. Pero, como veremos la próxima semana, Dios no ha terminado con su plan de redención y restauración

Pregunta

¿Te sientes bendecido, restaurado, y redimido?

Segunda lectura: 1 Pedro 3:18-22

En esta lectura que se deriva de la prim- era lectura, el apostol San Pablo nos dice que, a diferencia del hijo de Abra- ham, Dios no perdona el sacrificio de su Hijo unigénito. Al igual que en las lectu- ras de la semana pasada, las inunda- ciones de las aguas prefiguran el bautis- mo que nos conducen a una nueva vida, las lecturas de hoy nos muestran la for- ma en que el sacrificio de Isaac prefigu- ra el sacrificio de Jesús.

El sacrificio de Cristo es nuestra bendi- ción, nuestra restauración, y nuestra re- dención. Como San Pablo nos recuerda:

El que aun á su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él to- das las cosas?

Un sacrificio que se ofrece a Dios significa más que el sacrificio de una cabra, toro, o incluso una vida humana. Es una dulce y olorosa oblación a Dios. Como dice el Salmo 116: “Tiene un Precio a los ojos del Señor la muerte de sus fieles.”

Jesús entregó su vida a su Padre como una dulce ofrenda.

¡Lo hizo por nosotros! Cada vez que celebramos la Eucar- istía, recordamos su muerte y resurrección. Él es nuestra ofrenda para Dios.

La semana pasada, recordamos que la Cuaresma es un ti- empo para acordarnos de nuestro regalo del Bautismo. La Cuaresma es también un momento para que conmemore- mos el don de la Eucaristía. Debemos hacer un esfuerzo para reflexionar en este gran Sacramento.

También debemos orar por el RICA (Rito de Iniciación Cristiana para Adultos) para que estas personas se unan a nosotros por primera vez en la mesa eucarística durante la Pascua.

Pregunta

¿Alguna vez le ofreciste a Dios tus sufrimientos y tus sacrificios?

Evangelio: Marcos 9:2-10

La Iglesia nos ofrece el relato bíblico de la transfiguración dos veces en el año litúrgico: en la celebración de la Transfiguración, y de nuevo en la época

de Cuaresma. En la fiesta de la Transfiguración todo gira alrededor de la Gloria de Dios que se revela en Cristo transfigurado y permanece entre la ley y los profetas.

Durante la Cuaresma, vamos a centrarnos en el otro sentido de Cristo transfigurado frente a San Pedro, Santiago y San Juan. Estos discípulos son llamados a “escucharlo.” ¿Qué oyen?

Al bajar la montaña, Jesús les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que Jesús resucitara de entre los muertos.

Los discípulos sí escuchan al Señor, pero no le entienden.

Como gente de “después de resurrección”, nosotros si entendemos a lo que se refería. Sabemos que Jesús tuvo que descender de la montaña de gloria únicamente para ofrecerse a sí mismo en el Calvario. Así como Abraham preparó el sacrificio de Isaac en una montaña, Jesús sería condenado a una cruz en una colina fuera de Jerusalén.

Como veremos, para los discípulos, este mensaje no es fácil de aceptar. Sin embargo, Dios los llama a que escuchen.

Pregunta

¿Cuando se te ha hecho difícil de “escuchar” al Señor?

La tarea de esta semana

Proponte asistir al vía crucis el viernes o haz un vía crucis personal a cualquier hora en la iglesia o en tu casa. Al hacer el vía crucis, trata de “escuchar” al Señor hablándole a tu corazón.

Quizás desees reflexionar sobre las estaciones de la perspectiva de Dios Padre, quien dio a su único hijo como ofrenda por todos nosotros.

Oración del Grupo 

El líder invita a que cada miembro comparta el crucifijo. Se invita a que –uno por uno– los participantes veneren la cruz con un beso o cualquier otra reverencia.

Al sostener la cruz, cada miembro dirá:

Dios de Abraham, incrementa mi fe. Padre de Jesús, ¡ayúdame a escucharte!

El líder guía al grupo rezando el salmo 116. Al leer el salmo, “escucha” a Jesús que le pide a Su Padre por nuestra causa.

Continúe con el Salmo 116. Al leer el salmo, “escucha” a Jesús que le pide a Su Padre por nuestra causa.

Salmo 

Respuesta: Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida.

Tenía fe, aun cuando dije: “Qué desgraciado soy.” Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.

R. Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida.

Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanzas, invocando tu nombre, Señor.

R. Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida.

Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo; en el atrio de la casa del Señor,

en medio de ti, Jerusalén.

R. Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida.

Concluir con el PADRE NUESTRO 

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