Conozca los Ordenandos 2020

Antonio Acuña

Parroquia: Santa Margarita

Mi nombre es Antonio Acuña, nací en Sonora México, en la Mesita del Cuajari, Sahuaripa.

Provengo de una familia humilde, mi padre se dedicó a la labor del campo y mi madre al hogar. Soy el más pequeño de once hermanos. A la edad de cuatro años, mis padres optaron por trasladarnos a la ciudad de Hermosillo por razones de salud de mi padre. Fue allí, a muy temprana edad, que comprendí que mi padre no me podría ofrecer un futuro. Entonces, salí a pulir zapatos, mi primer trabajo de niño. También, realicé trabajos del campo y de construcción. Terminé mis estudios en una escuela nocturna.

En ningún momento pensé en el peligro y los riesgos que enfrentaba cada día, que era Dios quien me protegía.  Hasta que Dios me concedió una familia, mi esposa Margarita, y mis tres hijos Antonio R., Jesús G., y Osvaldo comprendí el amor de Dios que siempre estuvo para protegerme en los momentos de peligro. Hoy puedo decir con certeza que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros.

Los principios morales y espirituales que mis padres me inculcaron fueron el respeto a las personas mayores y el respeto a lo ajeno. Mi padre era muy devoto de la Misa; él fue el pilar sobre el que se fundó mi devoción.  Pero hasta de adulto me interesé en servir a la Iglesia.

En una cuaresma tuve una visión, y le pedí a Dios que esa cuaresma continuara un día más. Hasta el día de hoy gracias a Dios, no se ha terminado. Dios me escucho y mi vida dio otro giro, y creció en mí el deseo de conocer a Dios. Pero no tenía la menor idea como leer las Sagradas Escrituras. Además, tenía la inquietud de servir a la iglesia, pero no sabía cómo acercarme a los servidores.

En una ocasión hubo un retiro para padres de los niños del catecismo, y pensé “Hay está mi oportunidad de conocer a Dios.” Lamentablemente el programa solo cubrió temas y no estudios bíblicos. No me desalenté. En casa tomé la Palabra de Dios y oré, “Señor quiero conocerte” y comencé a leer y reflexionar cada versículo. Me tomó tres meses para leer las Sagradas Escrituras. No tenía cansancio. Horas y horas estuve leyendo.  Cada día me entusiasmaba más. Pasaron dos años y me invitaron a ser lector, y a servir en algunos otros ministerios.

Hasta que en una ocasión me invitaron al programa Kino. No tenía la menor idea de que se trataba. Creí que ya lo sabía todo. Un año después, vino mi primer llamado al Diaconado. Pero en ese momento no pude responder. Dios no tardó en llamarme por segunda vez. Esta vez, me di cuenta qué debí escuchar y responder, “Señor, ¡Aquí estoy! ¿En qué te puedo servir para pagar Tú generosidad conmigo?

Gracias a Dios por haberme dado este regalo del Diaconado.

José G. Alvarado

Parroquia: Inmaculado Corazón de Maria y San Antonio

Nací en un pequeño pueblo en el estado de Guanajuato, México, fui el octavo hijo de una familia de nueve hermanos, crecí en un ambiente familiar pobre, pero con un gran amor a la fe Católica.  Mis padres siempre nos inculcaron en la familia el respeto y el amor de los unos a los otros y sobre todo el amor a Dios. Sus enseñanzas siempre estuvieron presentes en mi vida de fe a seguir los mandamientos de Dios y el ejemplo de su hijo Jesús. Y a practicar la fe con el ejemplo, una fe que se me dio de generación en generación por mis ancestros.

En la ciudad de México terminé mi escuela primaria y secundaria, por falta de recursos económicos no pude continuar mi educación debido a que la familia era numerosa, no había la posibilidad ni recursos, para aspirar a estudiar la preparatoria, ni mucho menos una carrera universitaria.  Crecí careciendo tal vez de muchas cosas materiales, pero nunca me falto el amor y la unión familiar.

A la edad de 21 años conocía a una linda mujer de la cual me enamore y al año de novios nos casamos, y procreamos nuestra primera hija. A los tres años de casados y con nuestra primera hija emigramos a la ciudad de Phoenix para establecernos y tener una vida económica mejor para mi familia, aquí nació nuestro segundo hijo. Mis ideas y pensamientos desde joven eran obtener una profesión, casarme y tener una familia.

Pero que ajeno estaba a los misterios de Dios al llamado a servir a la Iglesia, esto sucedió después de más de 15 años de casado. El recibir este hermoso llamado de Dios a servirle como un posible Diacono, me afirmo mas mi Fe y dio mucha más responsabilidad en los ministerios ya existentes a los que con mucho amor, mi esposa y yo ayudamos en la comunidad.

Dios y sus misterios son infinitos. Espero este camino y llamado de Dios que me ha hecho, sean iluminados con el Espíritu Santo y me guíen a ser un verdadero discípulo y servidor a las enseñanzas de Jesús para ser un vivo Heraldo de su Evangelio.  Que la siempre Virgen María me siga dando su gracia de poder decir “Si” a la voluntad de Dios.

“A Jesús por María”

José F. Avila

Parroquia: Reina de Paz

Nacido en la ciudad de Mérida, Yucatán en México, soy el primogénito de María Luisa Perera de Avila y de Nicomedes Avila Vázquez, tengo tres hermanitas: Diana, Catalina y Ángeles. He sido católico toda mi vida y mis primeras memorias son las de mi madre enseñándome a rezar el Padre nuestro, el Ave María y la oración al nuestro Ángel de la guarda.

Conocí a mi esposa Elmy y nos casamos cuando aún estaba en la escuela de Ingeniería. Mi primogénito hijo Pedro nació también en la ciudad de Mérida. Nuestro Señor me permitió trasladar a mi familia a los Estados Unidos cuando Pedro tenía 9 meses. Algo gracioso que nos sucedió, fue cuando el oficial de inmigración apunto a mis esposa e hijo y me preguntó si eran mis hijos. Nuestro hijo Jorge nació en la ciudad de Mesa.

Después de haber recibido mi primera comunión, comencé a alejarme de la iglesia debido a que no entendí la presencia de nuestro Señor en la Eucaristía, pero las enseñanzas de mi madre me acompañaron y continúe rezando regularmente las tres oraciones que mi madre me enseñó.

Después de perder el trabajo que tuve por 16 años comencé a escuchar el llamado del Señor, fueron tiempos difíciles para mi familia, y recuerdo prometerle al Señor no faltar a Misa si me daba su ayuda y el me ayudó. Su llamado a servirle comenzó cuando fui invitado a un cursillo. Mi amor al Señor se incrementó después de observar a unos diáconos que sirvieron en el cursillo y le pedí al Señor que me mostrará si quería que le sirviera como Diácono y el Señor me lo confirmó.

El Señor me ha guiado a través del proceso de formación y estoy orando que con la ayuda del Espíritu Santo y a través de las intercesiones de nuestra santa madre María pueda servir a sus hijos.

Gregory Blanchard

Parroquia:San Francisco de Asís

Nací y crecí en el suroeste y vivía en Oklahoma, Texas, California y Arizona cuando estaba en cuarto grado. Crecí en un hogar católico donde mis padres vivían su fe con sencillez y firmeza. Soy el tercero de cuatro hijos donde mi hermana es la mayor y yo soy la mediana de tres hijos. Definitivamente, experimenté a mi familia como la primera escuela de amor, tal como enseñan los documentos de la Iglesia.

Tuve la suerte de asistir a las escuelas católicas de St. Jerome y Bourgade, donde continué aprendiendo sobre mi fe. Después del décimo grado, mi familia tuvo la gran oportunidad de mudarse a Francia donde terminé la secundaria. Recuerdo muchos viajes turísticos en los que nos encontrábamos visitando iglesias católicas increíbles como las catedrales de Notre Dame o Chartres. Regresé a Arizona para la universidad donde estudié ingeniería química en la Universidad de Arizona.

Fue en el U of A Newman Center donde Dios me honró con una tremenda experiencia de conversión. Por primera vez me di cuenta de que Jesús había muerto por mis pecados y que por fe podía aceptar Su regalo de salvación. Mucho de lo que había aprendido cuando era católico se volvió vivo y real. A menudo podía asistir a misa diaria y leía la Biblia con gran interés. Quería vivir radicalmente para Dios y trabajé en el ministerio universitario durante cinco años. Primero en la U of A, y luego en NAU Newman Center, donde conocí a mi esposa Christina.

Al regresar a la ingeniería para formar una familia, Dios nos bendijo con seis hijos a quienes educamos en casa hasta la escuela secundaria. Qué alegría y gracia particular ver a nuestros hijos crecer en sabiduría y gracia. Siempre es nuestra oración que realmente se conviertan en lo que Dios creó para cada uno de ellos.

Hace casi nueve años, en la conferencia de hombres católicos en Phoenix, recuerdo escuchar al obispo Olmsted llamar a los hombres a dar un paso valiente en la fe y seguir al Señor. En mi corazón escuché por primera vez la vocación de ser diácono. Mientras hablaba con mi esposa y mi pastor, descubrí que este llamado estaba confirmado. A través de los dos años de estudio en el Kino Catechetical Institute y los cinco años de formación, he sido muy bendecido al seguir hacia donde el Padre me está llevando.

Dios continúa derramando Su gracia a través de las oraciones de tantos: familiares, amigos y feligreses. Es con confianza en Dios que me acerco a la ordenación. Que pueda convertirme en el diácono que Dios quiere que sea mientras busco servir dondequiera que Él me lleve.

Christopher Gass

Parroquia: Nuestra Señora del Monte Carmelo

Estoy bendecido. Crecí en el norte de Illinois, a unas 50 millas al oeste de Chicago. Soy fanático de los Cubs de toda la vida. Tengo dos hermanas, ambas más jóvenes que yo. Fui a la escuela primaria St. Patrick y luego a la escuela secundaria St. Edward en Elgin, IL. Mis padres, con su ejemplo, mis padres me enseñaron que todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y merece respeto. Recuerdo que cuando era muy joven, mis padres acogieron a niños del centro de la ciudad de Chicago durante un par de semanas en el verano. También había un joven, Juan Gonzales, a quien mi padre le dio empleo para hacer trabajos ocasionales. Mi padre lo cuidó y lo animó a ir a la universidad. En mi adolescencia, trabajamos con inmigrantes vietnamitas, primero buscándoles vivienda y estableciéndolos en Estados Unidos. Más tarde, en la universidad, mis padres pasaron 2 años en Uganda sirviendo.

Por mi parte, me alejé de mi fe después de la universidad. Me mudé a Arizona, trabajando para Motorola. Volví a mi fe en 1996 cuando conocí a mi esposa, Carey. La noche que nos conocimos fue profunda. Recuerdo haber agradecido a Dios por poner a Carey en mi vida. Fue la primera vez que realmente oré en años.

Nos casamos en 1997 y tuvimos nuestra primera hija, Felicia, en 1998. Su bautismo tuvo un efecto profundo en mi fe. En el rito del bautismo, se pregunta específicamente a los padres si esto es lo que quieren para su hijo. Decir que sí fue un momento profundo para mí. Me afectó profundamente. Dije que sí, pero realmente ya no entendía muy bien lo que significa ser católico. Tuve que volver atrás y redescubrir mi fe.

Este ha sido un viaje de más de 21 años y todavía estoy aprendiendo. Mi esposa y yo tenemos tres hermosas niñas. En el camino, tomé clases en Kino. Los tomé para comprender mejor mi fe, no para convertirme en diácono. El programa de Kino tiene una duración de 2 años y realmente profundizó tanto mi fe como mi comprensión de lo que enseña la Iglesia.

Al final del programa, después de hablar con mi esposa y orar, decidí ingresar a la formación diaconal. Todavía tenía muchas preguntas y no estaba seguro de si esto era lo que quería. Pero, la clave es que me abrí al Espíritu Santo moviéndose dentro de mí. Entré básicamente porque no veía ningún inconveniente. Si no me hiciera diácono, lo peor que podría pasar es que mi fe fuera más profunda. ¿Qué tan malo es eso? Sentí un cambio en mí mismo al final del segundo año. Ahora sabía que esto era lo correcto.

Quiero agradecer a mis padres por mi formación infantil. Mi padre murió hace unos años. Cuando me convertí en padre, seguí mirando hacia atrás en su ejemplo de padre sobre cómo debería comportarme. Mi madre también me mostró cómo hacer un regalo completo de mí mismo a los demás, ya que todavía abre sus puertas a muchos necesitados.

Quiero agradecer a Carey, mi esposa por su amor y apoyo. Ella es un verdadero regalo de Dios que atesoro. También quiero agradecer a mis hijos. Mis 3 princesas hacen de nuestro matrimonio una alegría. No está exento de preocupaciones, pero es alegre.

Ahora espero poder servir a los feligreses de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

Juan Carlos Gonzalez

Parroquia: Santa Cruz

Nací en la cuidad de México DF y tuve la bendición de crecer en una familia católica donde mi padre y mi madre me enseñaron su doctrina. Mi madre y mi padre son personas de mucha fe en Dios.

Mi padre fue despedido de su trabajo y buscando un mejor futuro para la familia, con mi madre tomaron la difícil decisión de emigrar a Estados Unidos, a la ciudad de Phoenix,  Arizona  sin pensar quizás que en ese momento cuanto cambiaría la historia para toda la familia, especialmente para mí.  Así lo sentí en ese momento, yo tenía 12 años.

Conocí a mi esposa Bernardett en la escuela secundaria lo cual también fue una bendición. Fuimos novios y tuvimos en los primeros años a nuestros hijos Juan Carlos  y Alejandro.

Después del nacimiento de mis hijos,  me esforcé en trabajar y salir adelante con mi familia pero me aleje de la fe que mis padres me habían enseñado.  Por muchos años el trabajo fue mi único enfoque ya que quería brindar a mi familia una buena posición economica.

Con el paso del tiempo mi matrimonio empezó a tener problemas. Cuando creí que todo estaba perdido, mi esposa y yo fuimos a Misa y al terminarla recibimos una invitación a un retiro familiar al cual asistimos dos semanas después sin imaginar que ese retiro cambiaría nuevamente la historia de mi vida y de mi familia.

*Durante el retiro, cuando un Diácono expuso el Santísimo, le pedí a Jesús Sacramentado que no permitiera que perdiera a mi familia.  En ese momento prometí que le serviría toda mi vida.  El me escucho y después de ese retiro mi matrimonio se fortaleció, y pude regresar al camino que mis padres me enseñaron: El camino de Dios. El siguió bendiciéndonos con la llegada de mi hija Daniela.

Unos meses después en oración y ayuno empecé a discernir el llamado al diaconado y tuve la fortuna de que mi familia, mi esposa y mis hijos, me apoyaron en esa decisión.

Doy gracias a Dios por su misericordia ya que puso su mirada en  mí para que sea su siervo fiel.

Alberto Juan

Parroquia:Nuestra Señora de Guadalupe

Soy tan afortunado de haber crecido en una familia de fe. Crecí con cinco hermanos, yo el más chico de todos. Mis padres eran católicos, me inculcaron la fe desde pequeño. Íbamos a Misa todos los domingos, hasta el pueblo, donde teníamos que caminar a pie por una hora, para llegar a la iglesia. Pero eso no nos importaba con tal de ir a Misa. Recibí todos mis sacramentos de iniciación allá en la parroquia de San Rafael Arcángel en Huehuetenango, Guatemala.

En 1983 nos venimos a los Estados Unidos. Mi esposa Candelaria, mi hija Magdalena y yo llegamos a Mesa, Arizona.  Allí nos quedamos y tuvimos tres hijos más. En ese mismo año, una familia hispana nos invitó a la iglesia Reina de la Paz, allí nos quedamos y nos registramos.

También, allí nos casamos en 1990 porque nunca pudimos casarnos en Guatemala por la situación de la guerra civil que hubo en ese época.

En 1988 empezamos nuestro propio negocio de invernadero. Hasta la fecha, mi esposa, mis hijos y yo trabajamos en el negocio, y vivimos de él gracias a Dios.  En 1991 se organizó la comunidad Maya Guatemalteca y se registraron en Reina de la Paz. Nos integramos con la comunidad un año después y allí nos quedamos. Años después nos dieron la oportunidad de servir como lectores y ministros extraordinarios entre otros trabajos voluntarios. Comencé como lector y ayudé donde pude. El párroco nos invitó a unos retiros y clases parroquiales, fue donde comencé a aprender sobre Instituto Kino.

Pero en el año 2000 nos mudamos a Queen Creek y lo primero que hice fue registrarnos en Nuestra Señora de Guadalupe. Empecé a servir como ministro extraordinario y lector. En el 2008 me registré en el Instituto Kino y me gradué en el 2010. Pensé que había terminado todo, pero Dios tenía algo más preparado para mí.

En el 2013 recibí una invitación del centro para la formación del diaconado. Algunos diáconos me habían invitado, pero simplemente decía que no.  Pensé que no era para mí, pero con la invitación no pude resistir, ya que era el llamado de Dios. Hice todo lo posible para juntar los requisitos y me aceptaron, y ahora estoy a dos meses de la ordenación. Si Dios me lo permite seguiré ayudando a mi familia, a mi comunidad y a todo el pueblo de Dios. Ahora solo estoy agradecido que Dios me ha dado esta oportunidad en este país que no es el mío, solo quiero devolver un poco de lo mucho que me ha dado. Esto es casi toda una vida, no fue fácil pero tampoco imposible.

David Knebelsberger

Parroquia: Nuestra Señora de Carmelo

Crecí en una familia católica fuerte en un vecindario predominantemente católico en Bellwood, Illinois, un suburbio occidental de Chicago. Soy el quinto de siete hijos, teniendo 3 hermanos y 3 hermanas. Todos fuimos a una escuela primaria católica, pero yo fui el único que asistió a una escuela secundaria católica. Obtuve mi título de BSEE de la Universidad de Illinois, y luego comencé mi primer trabajo después de la universidad como ingeniero de diseño de memoria semiconductora en Salt Lake City, Utah. Sabía que no quería casarme con una mujer mormona, así que me uní al Club De Solteros Católicos. ¡Fue allí donde conocí a Jean-Anne, mi maravillosa esposa de 34 años!

Después de estar casados por un corto tiempo, nos unimos a la comunidad de Encuentro Comprometido. Ser parte de esta comunidad fue una parte muy especial  de nuestra vida y realmente nos ayudó a acercarnos a Dios y a los demás. También fue una gran manera de conocer a otras personas de afición. Después de tener nuestros primeros 2 niños, nos movimos a  Phoenix en el otoño de 1989 para estar más cerca de la familia. También fuimos recibidos por la comunidad de Phoenix EE y luego introducidos a Cursillo.  Mi fin de semana de Cursillo en la primavera de 1991 fue un fin de semana que cambió mi vida. . Dios fue de mi cabeza a mi corazón, y Jesús se convirtió en Señor de mi vida. Empecé a escuchar música cristiana, a rezar el Rosario, a leer libros cristianos y a la Biblia, y a pasar más tiempo en  oración.  Este nuevo amor por Dios y por la vida, nos llevó a tener tres hijos más.  El Señor también nos llevó a nuestro hogar justo al lado de la Parroquia de Nuestra Señora del Monte Carmelo y entre muchas familias que pertenecen a la Ciudad del Señor, una Comunidad Católica de Pactos Carismáticos. COTL tiene muchas familias grandes y de aficiones y realmente nos ha ayudado a crecer espiritualmente en los últimos diecinueve años.

Por primera vez sentí el llamado al diaconado en una misa del Jueves Santo en OLMC. El P. Juan Bonavitacola estaba lavando los pies de las doce personas escogidas, y me conmovió mucho su servicio y su amor a Dios. Fue entonces cuando Dios primero puso en mi corazón que yo debía ser diácono. Dado que algunos de mis cinco hijos aún eran muy jóvenes, no pensé que hubiera ninguna manera de que pudiera responder a la llamada en este momento, así que lo puse en mi quemador trasero.

Unos diez años más tarde, en el verano de 2012, sentí que estaba en el punto de mi vida que debería discernir mejor ese llamado inicial al diaconado. Comencé a orar de vez en cuando en mi tiempo de oración, y luego fui a la ordenación diaconal  el 10 de noviembre para buscar la voluntad del Señor sobre esto. Unos minutos antes de que comenzara la misa, me arrodillé para preguntarle al Señor si todavía quería que fuera diácono.  Fue entonces cuando me inundó el poder del Espíritu Santo. Conseguí el ceño del Espíritu Santo y mis ojos estaban llenos de lágrimas al sentir tanto el amor y la paz de Dios. Fue un momento increíble y uno que espero no olvidar nunca.  Sin embargo, como a veces soy un poco lento en las impresiones de Dios, recé de nuevo en la misa al día siguiente en OLMC acerca del diaconado y me volví a llenar del amor y la alegría del Espíritu Santo. ¡Alabado sea Dios! ¡Ha sido un viaje increíble desde entonces y espero ver qué más me espera el Señor en mi nuevo viaje como diácono!

Andy Lambros

Parroquia:Santa Juana de Arco

Tuve la suerte de nacer en Phoenix, donde he vivido casi toda mi vida. Me crié en una familia católica y fui el séptimo de ocho niños en la familia. Fui a la escuela primaria de San Vincente de Paúl y luego a la escuela secundaria católica Bourgade. Conocí a mi esposa Pam en octavo grado. Fuimos buenos amigos durante nuestros años de escuela secundaria. Empezamos a salir después de la graduación y nos casamos poco tiempo después. Pam y yo llevamos casados 37 años. Tenemos 5 hijos adultos … cuatro casados y uno comprometido. Tenemos la suerte de tener nueve nietos … ¡hasta ahora!

Estoy orgulloso de haber servido como ayudante médico en la Marina de los Estados Unidos durante 6 años. También serví como bombero en el Departamento de Bomberos de Tempe, donde trabajé durante 28 años y me retiré en 2015. Actualmente me sirvo como Coordinador de Administración en la Parroquia de Santa Juana de Arco Esta posición me ha ayudado a comprender cómo funciona una parroquia y me ha permitido conocer a muchas de las personas que componen esta comunidad parroquial especial. Ha sido muy edificante conocer y trabajar con el pueblo de Dios en Santa Juana de Arco.

Mi viaje hacia el diaconado comenzó unos años antes de la jubilación del departamento de bomberos. Empecé a preguntarme qué querría Dios que hiciera a continuación. Algunas personas habían comentado de pasada que me convertiría en diácono, pero simplemente les hice caso omiso. Entonces, una noche mi esposa me preguntó si realmente lo había considerado. Fue entonces cuando comencé a pensar realmente en cómo el Señor me estaba dando indirectas sobre cómo las experiencias de mi vida y los regalos que Dios me había dado podrían usarse para servir a los demás. Entonces, fue cuando comencé a orar específicamente para que Dios me revelara Su voluntad para mí y me abrí a considerar si Dios me estaba llamando a servirle como diácono.

Cuando entré en la formación, Pam y yo acordamos tomarla un año a la vez y reevaluar cada año. Eso me ayudó a ver la formación como un proceso para hacerme un mejor hombre católico, no solo como un camino hacia la ordenación. Sabía que el Señor usaría la formación para prepararme para cualquier cosa él había planeado para mí, si esto era la ordenación o no.

Los siete años de formación fueron una experiencia de gran crecimiento para mí y mi familia. Me tomé la formación en serio y me puse todo en ella. Siempre sentí que si llegaba el momento de postrarme en mi ordenación, quería estar 100% seguro de que Dios me quería allí. Puedo decirles ahora que me siento muy humilde, pero honrado, de aceptar la invitación del Señor de ser ordenado diácono. Mi esposa y mi familia me apoyan firmemente.

Tengo la bendición de servir bajo el obispo Olmsted en la Diócesis de Phoenix. Seguiré esforzándo por la virtud y la santidad mientras trabajo al servicio del Señor y de las personas que Él pone en mi camino.

Durante este tiempo de discernimiento, mi esposa Pam y yo hemos rezado una oración muy simple para mantener nuestros corazones abiertos a la voluntad del Padre y enfocados en Su misión:

“Señor, ayúdame a convertirme en la persona para la que me creaste, para poder hacer las cosas para las que me creaste. ¡Envíame donde pueda usar mis regalos y trabajar con otros para construir su reino y glorificar su nombre! “

Handel A. Metcalf

Parroquia: Nuestra Señora de la Alegría

Yo sabía desde muy temprana edad que sentía el llamado a servir al Señor en un ministerio.

Sin embargo, habiendo nacido y siendo educado protestante, probé varias denominaciones, pero nunca discerní el llamado a seguir un camino de ministerio en esas comunidades.

Después de mi conversión a la Fe Católica, empecé a servir en la iglesia de forma en la que yo nunca lo había hecho antes.  Empecé sirviendo en varios ministerios en mi parroquia, Our Lady of Joy en Cave Creek, AZ.

Después de un tiempo, serví en mi parroquia como lector, ministro eucarístico, como catequista en el programa RCIA, serví como consejero parroquial y empecé a dirigir un grupo de oración.

Muy pronto encontré que me sentía muy cómodo y sentí el llamado de servir más cerca en el altar. El Espíritu Santo me guio para discernir el llamado a la ordenación Sagrada como diacono permanente.

Con el constante apoyo de mi esposa, mi familia, los diáconos y el sacerdote de mi parroquia, y el apoyo de los laicos, el camino a la formación empezó. El camino ha sido riguroso y he crecido en todas las áreas de mi vida y ha sido inmenso, especialmente en mi vida de oración.  Mientras aprendiendo lo que significa el ser un siervo de Cristo.

Mi madre que era protestante, y mi suegra que es católica fueron dos modelos Fuertes espiritualmente. “La Fortaleza de la fe de mi esposa, y el apoyo de mi familia que jamás podría medirse y por lo que estoy agradecido. “

Mis hijos dijeron, “estamos muy orgullosos de nuestro padre por su camino hacia la ordenación al diaconato. En estos años, lo hemos visto crecer en la fe, enlazarse con colegas y ser una bendición para nuestra parroquia y comunidad. El trajo a nuestra familia, junto a su viaje, discusiones vivas acerca de nuestra fe católica.  No Podemos esperar para ver que más hace el Señor a través de él”

Como medico y hombre de familia por muchos años, yo serví en mi profesión y mi vocación, siempre dando lo mejor.  Con la ayuda de Dios, intento servir a la parroquia a la cual este asignado y servir a Dios a través de la iglesia católica con todo mi corazón.

Quiero caminar los pasos de Cristo y por su Gracia, llenar mi llamado a la ordenación de Diacono como siervo de Cristo.

Pido por las continuas oraciones a mi familia parroquial de Our Lady of Joy, al clero y todos los ángeles y santos, que oren por mí y mi familia.

“Te estoy apartando, para que Yo mismo pueda formar tu corazón de acuerdo a mis planes futuros”.

Tomado del diario de santa Faustina.

Ivan Rojas

Parroquia: Santa Ana

Nací y crecí en Bogotá Colombia. Fui criado en una familia donde el amor a Dios se demostraba sirviendo a otros. El recuerdo más temprano que tengo de mi infancia es de un día llevándole una taza de sopa caliente a un indigente en las calles de Bogotá. Para mis padres la idea de servir a Dios no solo es el servir a los más necesitados, sino que también significa servir Su iglesia. Mi mamá siempre ayudó en nuestra parroquia haciendo los arreglos florales en la iglesia. Fue así que un día, después de que ella escuchara que la parroquia estaba buscando jóvenes para ayudar en la Semana Santa, simplemente me inscribió para participar en los eventos del Triduo Pascual de ese año. Al corto tiempo llegué a ser parte del grupo de líderes del grupo juvenil y desde ese momento tuve la oportunidad de trabajar con varios sacerdotes. Por primera vez observé las necesidades de estos hombres que dejan sus propias familias para ser nuestros padres espirituales.

Terminé mi secundaria en el Colegio Santo Tomás de Aquino e ingresé la universidad del mismo nombre para estudiar Ingeniería Electrónica. Al comenzar mis estudios universitarios suspendí todas las actividades de pastoral juvenil; mi fé quedó a la deriva y no tenía una verdadera relación con Dios.

Fue solo hasta cuando en el último año de universidad un amigo me invitó a rezar el rosario en su casa. Aunque fui con un poco de resistencia, la Virgen Maria me iría llevando, paso a paso, rosario a rosario cada vez más cerca de Jesús y de la Iglesia que Él fundó. Fue a través de María, que ese amor por la Eucaristía que algún día mi capellán Dominico había infundido en mí cuando tan solo tenía 8 años, volviera a encenderse. Comencé a comprender y buscar la vida sacramental, especialmente el sacramento de la confesión al que había dejado de frecuentar. Con este amigo y otros que se habían unido a rezar el rosario semanalmente, pronto formamos un grupo para salir cada viernes a darle comida a los indigentes y ancianos que duermen en las frías e inhóspitas calles de Bogotá. Cambiamos las salidas a divertirnos por las salidas a encontrarnos con Jesús en las calles de nuestra ciudad, usando como excusa un pan y un café caliente.

En ese grupo de adultos jóvenes fue donde conocí a Ines, a quien Dios había escogido para mí. La conocí en una época cuando estaba pidiéndole a Dios por mi esposa. Yo no sabía, ni me imaginaba quién pudiera ser, pero aun así oraba por ella. Y así, poquito a poco, con cada eucaristía ofrecida por esa esposa, con cada rosario que rezaba y con cada día que ayunaba por esa intención, Dios me acercó a Ines. Pero solo fue hasta el Viernes Santo de 1994 cuando, movidos por ver a Jesús crucificado y entendiendo que de Su cruz brota el verdadero amor, descubrimos nuestro amor mutuo. Nuestra Madre Celestial también estuvo presente constantemente en nuestra relación y en nuestro noviazgo. Al punto tal que decidimos casarnos el 13 de mayo de 1995. En esos días pensábamos que hacíamos eso por Ella, como dos pequeñitos tratando de dar un regalo que agrade a su madre. Pero que poco sabíamos que Ella tomaría ese acto tan insignificante y se convertiría en la abogada y protectora de nuestro matrimonio.

Antes de cumplir nuestro primer año de casados nos trasladamos a California y después de ires y venires terminamos viviendo en Phoenix en 1999. En menos de un año Dios nos guiaría a la parroquia de Santa Ana, la cual se convirtió muy pronto en nuestro hogar espiritual.  Al involucrarme en la vida de la parroquia, descubrí que los sacerdotes en los EEUU necesitan ayuda como los sacerdotes en Colombia. La diferencia es que la ayuda acá es mucho más tangible.  Un par de años después escuché por primera vez la invitación al diaconado. No tenía idea de lo que era un Diacono y, honestamente, ni siquiera había prestado mucha atención a San Esteban o San Felipe o alguno de los otros 5 diáconos que están el libro de los Hechos de los Apóstoles. A partir de esa invitación, comencé a aprender más acerca del diaconado, de Cristo servidor y de diáconos que han vivido a lo largo de la historia de la Iglesia.

Este año celebramos con Inés y nuestras tres hijas, veinte años de pertenecer a Santa Ana. Durante este tiempo hemos recibido la bendición de encontrar en Santa Ana una familia que nos ayuda acercarnos más a Dios, a Su Iglesia y a los Sacramentos. Hemos encontrado una familia que de verdad se preocupa por nosotros, en especial se preocupa por apoyarnos con sus oraciones. Agradezco personalmente y de manera especial a cada persona que nos ha llevado en sus oraciones a través de estos años de formación. Sé, sin lugar a duda, que es por esas oraciones constantes que Dios me ha permitido llegar hasta este punto.

Espero que, con la ayuda del Espíritu Santo, la intercesión de María Siempre Virgen, las oraciones de mi esposa, mis hijas, mi familia y mi familia espiritual de Santa Ana, Dios me conceda las gracias para corresponder a este llamado al Diaconado Permanente para poder entregar mi vida al servicio de Su Iglesia.

William Vincent John Schneider

Parroquia: Santísimo Sacramento

Nací en Detroit, Michigan y fui criado católico bajo la tutela de mi devota madre de la fe romana católica irlandesa, y de mi grandioso y noble padre luterano. De una manera muy especial, desde que era niño, recuerdo haber sentido una misteriosa presencia divina en mi vida, especialmente en mis cumpleaños cuando recibía un regalo muy sutil y especial. Pero no fue hasta que recibí el sacramento de la santa eucaristía que realicé que tenía la presencia de Jesús a mi lado y fue de esta gran epifanía que me di cuenta que no tenía que esperar hasta un cumpleaños para recibir sus regalos; ya podría recibir la gracia de Dios con los sacramentos cada día! Es a través de Jesús y de sus sacramentes con los cuales me nutro, me siento confortado y transformado.

Sentí la vocación hacia el diaconado por primera vez en mi peregrinaje a Medjugorje hace 25 años, donde mi fe se renovó y fue ahí también donde sentí estallar mi primer amor hacia Nuestra Señora Madre de Dios, la eucaristía y la iglesia. Fue justo en este peregrinaje cuando escuché por primera vez esa voz, una profunda llamada en mi corazón, a ser un icono de los sirvientes de Cristo. En ese entonces, yo sabía muy poco sobre lo que era ser un diácono y mas aparte, no me sentía (y digamos que aun sigo sin sentirme) digno de tal llamada y regalo. Tras el tiempo, esa voz interna y persistente se volvió mas fuerte y mas difícil de ignorar, alentándome a considerar entrar al programa formativo de diáconos. Y es por eso que en el 2013, después de haber rezado mucho y de haber hablado con mi esposa y mi familia, por fin apliqué al diaconado, y a mi sorpresa ¡fui aceptado! y realmente me di cuenta que ¡nada es imposible con Dios!

Pero no solamente soy yo quien ha sentido el regalo de Dios; la formación es y ha sido para ambos, esposo y esposa, y en los últimos años hemos tenido el gran honor de crecer y aprender al lado de maravillosas y creyentes parejas católicas de nuestro Grupo. Pero realmente sentimos que lo mas importante ha sido ver nuestra fe, matrimonio y vocación crecer y, al mismo tiempo, se han fortalecido a través de las tantas oraciones, y del apoyo y santidad de la comunidad católica de la cual estamos eternamente agradecidos.

Mi conocimiento y amor sobre nuestra fe católica, la liturgia y la escritura y sus tradiciones ¡han crecido inmensamente! Y estoy muy emocionado (aunque, admito, un poco nervioso) de empezar esta nueva vocación para proclamar el evangelio y servir el cuerpo de cristo mientras atestiguo y comparto mi amor a Jesucristo caminando humildemente con Nuestro Señor y salvador.

Recientemente me preguntaron, ¿qué es la cosa mas importante que he aprendido de mi mismo durante la formación? y después de una larga pausa, confesé, “soy un pecador quien ha sido contemplado con los ojos de la misericordia y ha sido tocado por las manos de su amor sacrificial.” Y es precisamente ese amor y misericordia que quiero humildemente compartir con los hijos de Dios mientras viajamos en Cristo Señor. En una manera especial, justo como cuando era niño, siento que la muerte de Jesús en la cruz nos ha dado la posibilidad del perdón, de la paz y de la reconciliación a mi y a todos los que creen. Y al final “de la carrera,” espero y ruego por dos cosas al rezar, “Jesús, en ti confío”; Primeramente, escuchar las palabras de nuestro salvador, “Bien hecho, mi fiel y creyente sirviente. Ven, y comparte mi felicidad.” Y segundamente, quiero abrazar y mirar dentro de los ojos alegres de mi hermano Matt.

Santa María y San José, los santos de mi diaconado, ¡rueguen por nosotros!