CARTA PASTORAL A LOS SACERDOTES DE LA DIOCESIS DE PHOENIX
POR SU EXCELENCIA THOMAS J. OLMSTED
SOBRE EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y RECONCILIACIÓN

25 de enero del 2013 En la Fiesta de la Conversión de San Pablo

“La nueva evangelización, entonces, parte también del confesionario. O sea, parte del misterio encuentro entre el inagotable interrogante del hombre…y la misericordia de Dios.” En medio de este Año de la Fe y el llamado renovado a la Nueva Evangelización, es apropiado considerar la experiencia de misericordia que Cristo ofrece en el Sacramento de la Reconciliación a nosotros como sacerdotes para nuestra propia santificación y por medio de nuestro ministerio, a los que tenemos el privilegio de servir.

Por medio de esta carta, los invito a considerar conmigo nuestro llamado sacerdotal de servir nuestro pueblo y escuchar confesiones. Reflexionemos sobre tres cosas: nuestro papel como un apóstol de misericordia, segundo, nuestra experiencia como penitente, y tercero, nuestra experiencia como un confesor.


Parte 1 – El Sacerdote como un Apóstol de Misericordia

Cuando se acercó a los Apóstoles en el Día de la Resurrección, nuestro Señor dijo, “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envió yo también…a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.” En ese momento, los Apóstoles fueron llenados con un sentido de asombro y temor reverencial porque Cristo los enviaba con el poder de hacer lo que solo Dios puede hacer: perdonar los pecados de los demás.

Igualmente asombroso es el hecho que nosotros los sacerdotes ordenados compartimos con los primeros Apóstoles en el mismo poder sagrado por medio del Orden Sacerdotal. Desde la época apostólica, Cristo ha enviado y sigue enviando sacerdotes a absolver sacramentalmente los pecados en Su nombre. Esta responsabilidad solemne continuamente dispone el don de la divina misericordia ofrecido por el Señor Resucitado y hace presente la proclamación que Su misericordia y vida tienen la última palabra sobre el pecado y la muerte. A través del sacramento de la Penitencia, Dios concede a sus hijos adoptados la “paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual” Alimentado por un encuentro jubiloso con nuestro Salvador, los penitentes son renovados en su llamado bautismal a la santidad y se les invita a vivir una fe creciente, vibrante y personal.

Preparándose para un Encuentro Eucarístico

El sacramento del perdón se dirige a una recepción meritoria y fructífera de la Sagrada Comunión. Porque la Sagrada Eucarística es “la fuente y la cumbre” de la vida cristiana, cada iniciativa pastoral llega a la Eucaristía y saca de ella el poder. Todo trabajo pastoral depende de un contacto real y fructífero con Jesucristo, que sin Él, hacemos nada. Tanto la Confesión y la Eucaristía provee este maravilloso contacto para nosotros.

San Pablo no vacila en llamar a los fieles a una renovación de la santidad al suplicar que reciban el Cuerpo y Sangre de Cristo de nuestro Señor con más dignidad. Es el sacramento de la Penitencia que vuelve abrir la puerta a la efusión de la gracia que brota con la recepción meritoria de la Sagrada Comunión después de la perdida de esta capacidad por medio del pecado grave. En nuestro propio tiempo, el Beato Juan Pablo II nos pidió “celebrar el misterio eucarístico con pureza de corazón y amor sincero. El Señor nos exhorta a no convertirnos en sarmientos cortados de la vida. Enseñad con claridad y sencillez la recta doctrina sobre la necesidad del sacramento de la reconciliación para recibir la comunión, cuando se es consciente de no estar en gracia de Dios.” Solo el sacramento del perdón permite la Eucaristía, en medida completa, que tome el lugar central en nuestras vidas.

Con esto en mente, les animo a que consideren en oración las estrategias que animaran la práctica regular del sacramento de Penitencia. En vez de ser una opción entre muchas, este Sacramento es la única y segura manera que Cristo nos dio para perdonar el pecado mortal después del Bautismo. Cualquier intento es “ilusoria y nefasta prescindiendo de la Iglesia y de la economía sacramental.” Al contrario, la Confesión no puede fallar en producir un gran fruto cuando se cultiva y practica con una devoción renovada y frecuente.

Promotores Principales de la Confesión

Nosotros los sacerdotes tenemos el privilegio y la obligación de promover el Sacramento de la Reconciliación. No solamente somos ministros de la misericordia de Dios en el confesionario, también somos llamados a ser su promotor principal y catequistas. Como San Juan Maria Vianney, Cristo nos manda a que traigamos la buena nueva de la misericordia infinita a su pueblo. Predicar regularmente y la catequesis sistemática sobre el sacramento es valiosa, aun esencial hoy, por un número de razones:

  • Primero, al reforzar el Sacramento de la Penitencia, promovemos la fé aútentica del poder de Cristo para perdonar, sanar y renovar a sus fieles. Jesús inauguró su ministerio público con un llamado público de conversión al clamar “Renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva.” Este llamado a la conversión suena cuando el sacerdote anima la celebración de dicho sacramento.
  • Segundo, la promoción de la Confesión requiere una formación propia de los fieles sobre la realidad del pecado. “El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.” Las consecuencias de esta proclamación son verdaderamente serias debido a que “ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.”
  • Tercero, el predicar sobre el Sacramento de la Penitencia nos permite avanzar el entendimiento de la economía sacramental en la vida de la Iglesia. A través de los sacramentos, Cristo mismo se revela a nosotros y comunica los frutos de Su misterio pascual junto con los signos sacramentales. A veces escuchamos comentarios como, “Me puedo confesar con Dios sin un sacerdote;” o “Bueno, pues, su amor en incondicional, así que no necesito confesarme;” o “El perdón no depende si me confieso o no con un sacerdote, así que es un paso no necesario.” Mientras que estas ideas son bien intencionadas, sin embargo son ideas incompletas que hacen a un lado el plan amoroso de conversión y transformación que Jesús mismo nos ha dado. Una catequesis clara y una invitación personal puede inspirar a muchos a que vayan más allá de las ideas falsas a la experiencia de primera mano del amor infinito de Dios.
  • Cuarto, promoviendo el Sacramento de la Penitencia ayuda evitar dos males entendimientos comunes. La primera es la minimización del pecado al grado que los fieles no se preocupan o no se dan cuenta de la necesidad de acercarse a Su misericordia. La segunda es una exageración del poder del pecado que inhibe la creencia en el poder infinito y poderoso del amor de Cristo. Ambos errores desaniman la confesión frecuente. Solamente al proclamar la realidad del pecado y el poder de la misericordia de Dios, será la invitación autentica al pueblo para acercarse al sacramento con honestidad, humildad y confianza.
  • Quinto, promoviendo el sacramento incluye fomentando la confesión frecuente. A través de los tiempos, la confesión “se recomienda vivamente por la Iglesia” y las vidas de los santos atestiguan este hecho. La confesión frecuente permite que el Espíritu Santo oriente nuestras áreas de debilidad que necesitan atención en particular. Con el tiempo, al conformarnos a la gracia de la Confesión, podemos ver el incremento de la virtud y la disminución del vicio.

Tiempo y Lugar

La acogida de los penitentes y, cuando sea requerido, al acompañamiento spiritual, son la medida real de la caridad pastoral del sacerdote. El factor más influyente para renovar el Sacramento de la Penitencia es nuestro compromiso de ofrecer oportunidades suficientes para los fieles de acercarse al sacramento. La Iglesia pide a sacerdotes que proveen a los fieles “la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles.” La experiencia muestra que solo con ofrecer el sacramento por medio de “cita” es insuficiente. Solo con ofrecen una hora los días sábados por la tarde raramente cumple con las necesidades de nuestros fieles. Tocando este tema, el Beato Juan Pablo II escribió:

  • “Los Ordinarios del lugar, así como los párrocos y los rectores de iglesias y santuarios, deben verificar periódicamente que se den de hecho las máximas facilidades posibles para la confesión de los fieles. En particular, se recomienda la presencia visible de los confesores en los lugares de culto durante los horarios previstos, la adecuación de estos horarios a la situación real de los penitentes y la especial disponibilidad para confesar antes de las Misas y también, para atender a las necesidades de los fieles, durante la celebración de la Santa Misa, si hay otros sacerdotes disponibles.”

Es una nota importante e histórica que Iglesias Católicas tienen la tradición venerable de edificar confesionarios hermosos y muy ornados que se colocan visiblemente en la iglesia. Mas que solamente ofrecer un lugar adecuado para las confesiones, los confesionarios en nuestras iglesias deben ser expresiones claras de la importancia del sacramento en la vida cristiana. Los confesionarios, de acuerdo a la Ley de la Iglesia, han de garantizar que este provista de rejillas de modo que puedan utilizarlas los fieles y los confesores mismos que lo deseen.


Parte II – El Sacerdote como el Penitente

El don precioso del perdón por parte de nuestro Salvador, debemos recordar, es también un don para nosotros sacerdotes. Como lo dijo el Beato Juan Pablo II, “que, aún estando llamados a desempeñar el ministerio sacramental, cometemos faltas de las que debemos pedir perdón. La alegría de perdonar y la de ser perdonados van juntas.”

En nuestras vida diarias, se nos recuerda de nuestra propia necesidad de la misericordia que ofrecemos al los fieles. Cuantas veces nos reunimos y en las palabras de la Salve Regina, reconocemos que somos “los desterrados hijos de Eva” y a nuestra Santa Madre, “suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.” Que fácil es relacionarnos con San Agustín, quien en oración dijo, “Te suplico que me auto revele, o mi Dios, para que confiese la condición quebrantada de mi auto diagnosis a mis hermanos quien oraran por mí.” A veces podemos sentir el peso de nuestros pecados y ser tentados de responder con las palabras de San Pedro, que dijo, “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador.” Sin embargo, Jesús lo exhorta como nos exhorta también, diciendo, “Apacienta mis ovejas.”

En la humildad, podemos reconocer juntos con San Pablo, que “llevamos este Tesoro en vasos de barro, para que esta fuerza soberana se vea como obra de Dios y no nuestra.”

El frecuente remedio de la Misericordia

Entonces, tiene sentido, que nosotros sacerdotes quienes regularmente experimentan la misericordia de Dios al ir a confesión, crecemos en nuestra capacidad como confesores semejantes a Cristo. El nos conforta en toda prueba, para que también nosotros seamos capaces de confortar a los que están en cualquier dificultad, mediante el mismo consuelo que recibimos de Dios.

Nuestra propia experiencia frecuente de la misericordia de Dios en la confesión, nos ayuda a mejor entender y ser pacientes con los otros penitentes en su debilidad. Entonces, podemos hablar de modo concluyente de la misericordia de nuestro Señor, despertando en los demás un gran deseo para la conversión y la santidad.

Como lo hicieron concilios previos de la Iglesia, el Vaticano Segundo promovió la recepción frecuente de la confesión. Aun hoy, la Iglesia nos invita a “poner en alto estima el frecuente uso de este sacramento. Es una práctica que aumenta el conocimiento verdadero de uno mismo, favorece la humildad cristiana, y ofrece la oportunidad para la dirección espiritual saludable, y el incremento de la gracia. Por lo tanto, “deseando una unión más cercana con Dios, debemos esforzarnos por recibir el sacramento de la penitencia frecuentemente, es decir, dos veces al mes” Sin duda, por medio de frecuente confesión, se nos da la gracia de intentar hacia “la perfección espiritual, de la cual depende…la eficacia de

[nuestro] ministerio.”


Parte III – El Sacerdote como Confesor

En nuestro papel como confesor, en el sacramento de la Penitencia, no simplemente somos pasivos pero, “instrumento activo de la misericordia divina.” Como signos vivos de ambos Cristo el Buen Pastor quien da la bienvenida y sana la oveja perdida y Cristo el Juez Misericordioso quien trae la justicia, la manera como cumplimos con nuestro papel de confesor puede afectar inmensamente como el penitente experimenta este encuentro vivo con Cristo.

Debemos recordar que al escuchar las confesiones, el sacerdote, “hace las veces de juez y de médico, y que ha sido constituido por Dios ministro de justicia y a la vez de misericordia divina, pare que provea al honor de Dios y a la salud de las almas.” Que en Cristo, “la justicia y la paz se han abrazado,” nosotros sacerdotes, trabajando in persona Christi, debemos intentar mantener en harmonía estos dos aspectos del sacramento de la Penitencia: La Divina Misericordia y la Divina Justicia.

  • Ministro de la Divina Misericordia
    • El sacerdote personifica Cristo el Buen Pastor y el amoroso Padre quien le da la bienvenida a su hijo prodigo. En su esencia, el sacramento es litúrgico, festivo y alegre. Siguiendo con este pensamiento, el rito nos anima a que recibamos el penitente con caridad fraternal y si es necesario, dirigirse a el/ella con palabras de amistad. Después de persignarse, en breve animamos al penitente a que confié en Dios. Le extensión de las manos (o por lo menos la mano derecha) sobre la cabeza del penitente durante la oración de absolución es un gesto de sanación. En esto, el sacerdote en realidad es un padre espiritual de una manera única durante la confesión sacramental; como resultado, la caridad, el cariño, la prudencia, y el calor genuino pueden ser de gran ánimo al penitente al recibir la gracia del sacramento.
  • Ministro de la Divina Justicia
    • En el confesionario, también formamos parte de Cristo, el Juez Misericordioso, quien llama al penitente a una conversión más profunda. Cumplimos con este papel en varias maneras: proclamando la Palabra de Dios al penitente (o leyendo la escritura o una bendición, según la necesidad), ayudando al penitente hacer una confesión completa, y animando al penitente a que su arrepentimiento sea sincero. Cuando sea necesario, hacemos preguntas y ofrecemos un consejo práctico sobre las responsabilidades de la vida Cristiana. Después, imponemos un acto de penitencia adecuada, en la forma de oración, abnegación, u obras de misericordia. Finalmente, después de la absolución propiamente dicha, despedimos al penitente que vaya en paz y orientando el corazón hacia la pasión de Cristo y la comunión de los Santos.

Cuidado Pastoral a Personas Casadas

Lamentablemente, hay muchos que viven en matrimonios irregulares o en arreglos de casi casados. Estas situaciones, las cuales presentan desafíos difíciles para los confesores, requieren una gran sensibilidad y delicadez de cuidado pastoral, junto con una dedicación consistente sobre la verdad del matrimonio. La confesión juega un papel clave en mantener los matrimonios fuertes mientras el Señor concede su misericordia y gracia sobre ambos el esposo y esposa. En los casos donde hay un matrimonio irregular, se nos presenta una oportunidad preciosa de invitar en amor a la pareja para discernir si es que son llamados a ir más allá de su situación actual y tomar los pasos necesarios para regresar a la plenitud de la vida sacramental que les permite recibir la absolución y la Sagrada Comunión.

En esta misma línea, el Beato Juan Pablo II, nos da una guía solida:

  • La reconciliación en el Sacramento de la Penitencia —que les abriría el camino al Sacramento Eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, “asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos”.

Sin embargo, aquellos que todavía no están dispuestos a recibir el Sacramento de la Penitencia, se les debe animar en su esfuerzo a la santidad. “Las muestras de bondad maternal por parte de la Iglesia, el apoyo de actos de piedad fuera de los Sacramentos, el esfuerzo sincero por mantenerse en contacto con el Señor, la participación a la Misa, la repetición frecuente de actos de fe, de esperanza y de caridad, de dolor lo más perfecto posible, podrán preparar el camino hacia una reconciliación plena en la hora que sólo la Providencia conoce.”

La Confesión, Dirección Espiritual y la Consejería

Inherente en la práctica de la Confesión es la guía spiritual que da el sacerdote para ayudar “al penitente a recorrer el camino exigente de la santidad con conciencia recta e informada.” El sacramento de la Penitencia se dirige hacia el perdón del pecado, la reconciliación con Dios y la Iglesia, y la sanación del penitente. Es un gesto litúrgico, solemne en su dramaticidad, humilde y sobrio en la grandeza de su significado.”

La prudencia determinará la necesidad de ayuda para cada penitente. Por lo general, la dirección espiritual profunda y la consejería a largo plazo se manejan apropiadamente fuera del sacramento, aunque la guía espiritual ciertamente forma parte del sacramento.

La Absolución General

La reconciliación de cada penitente por forma individual y completa y con la absolución igualmente individual constituye el único modo ordinario, con el que el fiel, es reconciliado con Dios y con la Iglesia, a menos que se le imposibilite la condición física o moral de este tipo de confesión. Se puede dar la absolución general en casos con peligro de muerte. Esta práctica no se aplica a situaciones con una gran concurrencia de penitentes, debido a que al recibir la absolución general el fiel se proponga a la vez hacer en su debido tiempo confesión individual.


Conclusión

Basado en la gran importancia sobre este aspecto de nuestro ministerio y para tener un enfoque único y consistente a este sacramento de la Divina Misericordia, les pido que nos dediquemos a predicar sobre la confesión durante las primeras tres semanas de Cuaresma. Como lo hicimos enseñando sobre la Misa para preparar al pueblo con la implementación del Misal Romano, tenemos una oportunidad de animar a los fieles de nuestra diócesis con un amor renovado por este sacramento.

Finalmente, estoy profundamente agradecido con todos ustedes que, en servicio fiel al Señor, dan una porción generosa de su tiempo al ministerio de reconciliar las almas con el Señor Misericordioso.

Que San Juan María Vianney y San Padre Pio sean nuestra inspiración constante y nuestros intercesores celestiales. Que ellos y Nuestra Santa Madre de Misericordia, rueguen por nosotros.

Promulgado por Su Excelencia Thomas J. Olmsted
Obispo de Phoenix
En el 25 de Enero del 2013, Fiesta de la Conversión de San Pablo