Exhortación Apostólica

Veneremur Cernui – Veneremos inclinados

del Reverendísimo Thomas J. Olmsted, Obispo de Phoenix
a los sacerdotes, diáconos, religiosos y a los fieles laicos de la Diócesis de Phoenix
sobre el Sacramento de la Sagrada Eucaristía

  • Primera Parte: La Eucaristía – Un Misterio que debemos de venerar

    • I. La Misa como el nuevo éxodo de la esclavitud del pecado
    • II. La Misa como memorial eterno del Sacrificio de Cristo en la Cruz
  • Segunda Parte: No le ocultes nada a Cristo

    • I. Las Gracias de la Sagrada Comunión
      • i. La Sagrada Comunión nos cambia y nos transforma en “Alter Christus”
      • ii. Nos convertimos en “Un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo”
    • II. La fe percibe lo que nuestros sentidos no logran captar
    • III. La recepción digna de la Sagrada Comunión – Conformar nuestra vida con Cristo
  • Tercera Parte: Amar y adorar al Señor Eucarístico

    • I. Haz que cada domingo sea el «Día del Señor».
    • II. Si le es posible, asista a la Misa diaria.
    • III. Aumente su tiempo de adoración Eucarística.
    • IV. Invite a un amigo a que lo acompañe en Adoración.
    • V. Hermanos sacerdotes, hagan de la Eucaristía la fuente de toda su fecundidad sacerdotal.
    • VI. Párrocos, tengan una procesión eucarística cada año en su parroquia.
    • VII. Párrocos, consideren cómo pueden hacer de la adoración Eucarística una oportunidad evangélica más disponible.

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Deseo hablarles de la enseñanza más importante y central de nuestra fe. Lo que les comparto no es “demasiado elevado para ustedes.” No se trata de una teología que está solamente destinada para teólogos y sacerdotes. Esta enseñanza concierne a la realidad más importante de nuestras vidas – la presencia salvadora de nuestro Señor. No es una enseñanza que pueda ser simplificada. Es una verdad que debemos tener clara y segura. ¡Sean audaz! Decídanse y léanla, beban la verdad, dialoguen sobre ella y compártanla con los demás. Permitan que Jesús, realmente presente en la Eucaristía, los conforme aún más a Él y colme los anhelos más profundos de su corazón.

2. Desde que era pequeño, yo sabía que Jesús estaba presente en todas las Iglesias Católicas. No habría podido explicarlo, pero estaba seguro de que Él estaba allí. Lo veía en la forma en que mi padre hacia la genuflexión ante el Tabernáculo, en la silenciosa reverencia de mi madre, en la manera en que nuestro párroco, el Padre Daly, cantaba el Tantum Ergo con un gran gusto y un marcado acento irlandés. Fueron estas acciones y la gracia de Dios, mucho más que las palabras, las que imprimieron en mi corazón una sólida convicción sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía. En nuestra familia de granjeros orábamos juntos todas las noches, durante tormentas o ventiscas, ya sea que tuviéramos una cosecha abundante o si casi no cosechábamos nada debido a las tierras afectadas por la sequía. Sin importar lo que sucediera, sabíamos que el Señor Jesús que recibíamos en la Misa estaba con nosotros. Todos los días y todas las noches, en todo lo que afrontáramos, sabíamos que todo estaría bien gracias a Él.

3. Por supuesto que, a lo largo de los años, esta fe en la Eucaristía ha sido puesta a prueba muchas veces. Un ejemplo es, cuando yo era seminarista en Tours, Francia haciendo estudios intensivos del idioma francés. En una ocasión algunos compañeros de clase que se enteraron de mi práctica de asistir a la Misa diaria me abordaron diciendo con desprecio: “¿realmente crees que Jesús está presente en ese pedazo de pan?” Sorprendido por su tono lleno de rencor, no pude decir nada por lo que me pareció una eternidad. Pero después de probablemente menos de un minuto, me las arreglé para balbucear, “Sí… sí creo.” Para mi sorpresa, ese momento impactante y embarazoso me condujo gradualmente a una nueva gratitud por el don de la fe Eucarística y a una convicción más profunda sobre la Misa diaria y la adoración Eucarística. También me enseñó a esperar que mi fe en nuestro Salvador Eucarístico enfrentaría desprecio y contradicciones.

4. En esta Exhortación los invito a “remar mar adentro” (Lucas 5,4), ya sea tanto si su fe en la Eucaristía es fuerte, como si lo es débil; si considera a la Iglesia su casa o si recientemente ha decidido desasociarse de ella; e incluso si no tiene fe en absoluto. Mi sincera esperanza es que se encienda en usted un verdadero “asombro Eucarístico”.

5. El pueblo de Israel se enfrento a muchos obstáculos, desafíos y sufrimientos al cruzar el desierto y entrar en la Tierra Prometida. Sin embargo, Dios les había asegurado que contarían con su presencia y su guía en esta ardua travesía. En el Arca de la Alianza, reconocieron la presencia de Dios. A donde quiera que los Israelitas iban, en la batalles y en las tierras peligrosas, el Arca iba junto con ellos porque les daba la seguridad de que Dios estaría con ellos para pelear sus batallas, para cuidarlos y para protegerlos. Es debido a esta razón que el Arca se convirtió en un una imagen poderosa y duradera de la presencia de Dios.

6. Cuando el pueblo de Israel se preparaba para cruzar el río Jordán y entrar en la Tierra Prometida, Josué enfatizó la importancia de seguir el Arca: “Cuando vean el Arca de la Alianza del Señor, su Dios, y a los sacerdotes levitas que la transportan, muévanse del lugar donde están y síganla…. Así sabrán por dónde tienen que ir, porque ustedes nunca pasaron por este camino” (Josué 3,2-4). Estas instrucciones se dirigían a un pueblo que se enfrentaría a los peligros de la travesía, a los desafíos y a las amenazas que les aguardaban en una tierra desconocida.

7. Al igual que el pueblo de Israel, nosotros también nos dirigimos a desafíos y amenazas. En la actualidad nos encontramos en una crisis. Una gran cantidad de ansiedades, incertidumbres y dudas nos asaltan por todas partes. Como lo mencioné en mi carta pastoral “O Sagrado Banquete“, la Iglesia en general está experimentando una grave crisis de fe en la Eucaristía. Esta crisis ha causado otras implicaciones significativas para el auténtico discipulado Cristiano; es decir, el decaimiento en la asistencia a la Misa, la declinación en las vocaciones al matrimonio, el sacerdocio y la vida religiosa, y la disminución de la influencia Católica en la sociedad. Como nación, estamos experimentando un torrente de ataques a la verdad. El mensaje del Evangelio ha sido diluido o reemplazado con valores mundanos ambiguos. Muchos Cristianos han abandonado a Cristo y a Su Evangelio, volcándose a una cultura secular en busca de un significado que no les puede proporcionar, queriendo saciar un hambre que esta cultura nunca podrá satisfacer.

8. En aguas tan turbulentas, nuestra mayor ancla es el mismo Cristo, encontrado en la Sagrada Eucaristía. Aunque las instrucciones que dio Josué estaban destinadas al pueblo de Israel, el cual se enfrentaba a enemigos formidables al cruzar a la Tierra Prometida, sus palabras continúan siendo cruciales para nosotros: “Sigan el Arca del Señor, porque ustedes nunca pasaron por este camino”.

9. Como el pueblo de Dios en la actualidad, también nosotros nos encontramos en una jornada hacia una herencia prometida, un camino que también se encuentra lleno de peligros, desafíos y sufrimientos. No contamos con una columna de nube durante el día, ni tampoco una columna de fuego durante la noche, para recordarnos de la presencia de Dios, siempre guiándonos y protegiéndonos como lo hizo por el pueblo de Israel. No tenemos el Arca de la Alianza entre de nosotros. No tenemos algo, sino en vez tenemos a Alguienmucho más grandioso. Alguien quien es más grandioso que el Arca, quien va delante de nosotros y está siempre con nosotros. Tenemos a Jesucristo presente realmente en la Eucaristía para guiarnos, consolarnos y fortalecernos. Haciendo eco de las instrucciones de Josué, debemos hoy fijar nuestra mirada en el Señor y acercarnos a Él más que nunca en la Eucaristía. Cuanto más sea el Señor en la Eucaristía nuestro enfoque, más seguro será que Él nos sostendrá a través de aguas oscuras y turbulentas. En este día en que conmemoramos la Institución de la Eucaristía, yo, como su pastor, imploro a cada uno de ustedes que busquen a Jesús en la Eucaristía para ser fortalecidos y renovados en su fe.

“Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.”
(Jn 6,53-55)

Primera Parte

La Eucaristía – Un Misterio que debemos de venerar

10. No podemos hablar acerca de la Eucaristía sin ser confrontados por su extraordinario misterio. No es de extrañar que este sea el punto central de la división entre Católicos y otros Cristianos. Desde el segundo siglo, tenemos registros de Cristianos acusados de canibalismo por los romanos paganos debido a que los Cristianos consumieron y bebieron el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Apologías Primera y Segunda de San Justino Mártir). A partir de la Reforma Protestante, muchos Cristianos dejaron de creer en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Cristianos de confesión no-Católica únicamente tienen un servicio religioso los domingos, pero no el Santo Sacrificio de la Misa.

11. El versículo bíblico perenne donde da inicio y termina el conflicto Cristiano es el discurso del Pan de Vida: “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.” (Jn 6,53-55).

12. Jesús quiso decir exactamente lo que dijo – que Él está realmente presente en la Eucaristía. Algunos dicen que estas palabras son figurativas o que Jesús solo hablaba simbólicamente cuando dijo: “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene Vida eterna”. Sin embargo, si Jesús se hubiera referido a esto como símbolo, no habría repetido este mensaje siete veces en ese diálogo: “mi carne es la verdadera comida y mi sangre la verdadera bebida”. Los judíos entendieron lo que realmente quería decir y respondieron con incredulidad: “¿cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. A pesar del alboroto causado por su enseñanza, Jesús no suavizó su afirmación, por el contrario, lo fortaleció. Hasta este punto, el Evangelio de San Juan utiliza la palabra griega ordinaria para “comer” (phagein). Después de la pregunta indignada de los judíos, Juan cambia a una palabra más fuerte in el griego para “masticar” o “mascar” (trogein). Para captar la fuerza de esta palabra, podríamos traducirla, no como: “el que come mi carne” sino, “el que se alimenta de mi carne”.

13. La Eucaristía es el alimento sobrenatural que nos sostiene en la difícil jornada hacia la Tierra Prometida de la salvación eterna: “El que come mi carne tiene Vida eterna“. Para ver la verdad de estas palabras, debemos de volvernos hacia el contexto en el cual fueron pronunciadas.

I. La Misa como el nuevo éxodo de la esclavitud del pecado

14. La Eucaristía llega a nosotros a través de la Misa. Nuestra experiencia normal de la Eucaristía es en la Misa, la celebración ritual – o litúrgica – central que tiene lugar cada día, y que es una obligación semanal para los fieles. Lo que a menudo llamamos el Sacrificio de la Misa es el lugar en donde la Iglesia siempre ha creído que comemos y bebemos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La Misa debe de entenderse en el contexto de la última cena donde “Jesús tomó pan…, lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomen y coman, este es mi Cuerpo’ … después tomó una copa, … se las entrego, diciendo: ‘Beban todos de ella, porque esta es mi sangre de la Alianza” (Mt 26, 26-28).

15. En la Ultima Cena, la cual la Iglesia conmemora el día de hoy, Jesús participó y transformó para siempre la cena ritual de la Pascua judía. Es aquí en donde vemos el contexto en el que Jesús desea que su Cuerpo y su Sangre sean consumidos como alimento. En este contexto descubrimos la belleza del gran misterio de la Eucaristía como el cumplimiento tanto de la Pascua judía como de la Alianza de Israel.

16. Recuerde que la primera Pascua fue ofrecida en el momento culminante de la liberación de Israel de la esclavitud a los egipcios (c.f. Éxodo 12). Cada familia debía tomar un cordero macho en la flor de su vida, libre de defectos, y sacrificarlo a Dios. La sangre del cordero debía esparcirse en las entradas de sus casas y su carne debía ser comida. Cada hogar que siguió los ritos ordenados por Dios para esta comida sagrada se salvó de la muerte de su hijo primogénito. La primera Pascua salvó a los israelitas de la muerte y los llevó a su liberación de la esclavitud. En la Pascua anual, el jefe de familia debía narrar la historia de cómo el Señor los liberó de la opresión de Egipto y les perdonó la vida. Luego debían de comer la carne del cordero que habían sacrificado.

17. Jesús llevó esta primera Pascua a su cumplimiento final en la Última Cena. En esta Pascua, Jesús asumió la posición de jefe de hogar, de padre de la familia. En lugar de relatar la historia del primer éxodo de los israelitas de Egipto, habló en vez de Su propio sufrimiento y muerte a punto de llevarse a cabo. En vez de explicar el significado del cordero pascual que debía consumirse, Jesús identificó Su cuerpo y sangre con el pan y el vino y ordenó que fuera consumido.

18. De la misma manera que los hebreos no tenían otro medio de liberación que el cordero pascual, tampoco existe otro medio de salvación que no sea a través de la gracia del propio sacrificio de Jesús. Debido a que Jesús es Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, la ofrenda de Su sangre es, en un sentido real, un acto de Dios, que trasciende el tiempo y el lugar. Es debido a esto que, en cada Misa, nos deleitamos con la carne del Cordero de Dios ofrecido una vez y para siempre en expiación por nuestros pecados.

II. La Misa como memorial eterno del Sacrificio de Cristo en la Cruz

19. En la Biblia y en la Liturgia de la Iglesia, cuando al Sacrificio de la Misa se le llama ‘conmemoración’, significa mucho más que recordar el sacrificio de Jesús en el Calvario. Significa que cada vez que la Misa es celebrada, el sacrificio de Jesús en el Calvario que ocurrió en el pasado, se hace realmente presente para nosotros en la Misa, aquí y ahora. Esto solo es posible porque siendo nuestro Señor el Sumo Sacerdote eterno que ha vencido a la muerte, el ofrecimiento de Sí mismo en la Cruz es un acto de amor eterno. La carta a los Hebreos señala claramente la naturaleza eterna del sacrificio de Cristo: “como permanece para siempre, [Jesús] posee un sacerdocio inmutable… De ahí que Él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos” (Hebreos 7, 24-25).

20. Por consiguiente, en cada Misa, Jesús no es ofrecido de nuevo, sino que nosotros – El Cuerpo místico de Cristo – somos asumidos en el único sacrificio en el Calvario por medio del Sacerdocio de Cristo. El sacrificio de Jesús en el Calvario se perpetúa y se hace presente ante nosotros de tal manera que podamos participar en él, vinculando nuestras vidas imperfectas y pecaminosas al sacrificio perfecto y puro de Dios, y recibiendo todos los beneficios divinos que fluyen de Su sacrificio eterno. Esto lo hizo posible Nuestro Señor en La Última Cena al instituir el Sacramento de la Eucaristía. Mediante este Sacramento Jesús hace presente la ofrenda de Sí mismo en el Calvario a todos los creyentes, en todo lugar y en todo tiempo. Desde aquella noche santa, a lo largo de los siglos, siempre y donde se celebre la Misa, el sacrificio eterno de Jesucristo en la Cruz se hace realmente presente.

21. Si estuviéramos en el Calvario, ¿qué llamaría nuestra atención? Veríamos a Jesús jadeando por aliento. Su mirada parecería alternar de abajo hacia arriba, viendo primero hacia nosotros con misericordia y anhelo, y segundo hacia arriba en entrega a su Padre. ¿Diríamos simplemente “gracias”, o nos sentiríamos obligados a darle una respuesta compasiva? Cuando asistimos a la Misa, ¿buscamos unirnos a Jesús en su entrega total a la voluntad del Padre? ¿traemos nuestras imperfecciones, nuestros trabajos y nuestros pecados y los ponemos ante Jesús para ser consumidos por su muerte? Decimos junto con Jesús, “en tus manos, Padre, ¡también encomiendo mi Espíritu!” o en vez ¿elegimos permanecer esclavizados a nuestro pecado?

22. He escogido las palabras “Veneremur cernui” para el título de esta Exhortación, las cuales provienen del himno Tantum Ergo que cantamos al final de la adoración solemne. Estas palabras compuestas por Santo Tomás de Aquino se pueden traducir como: “veneremos con el cuerpo postrados” o “veneremos reverentes”.Mis queridos hijos e hijas, Jesús nuestro Dios y Señor se encuentra presente para nosotros en el Sacramento de la Eucaristía – en el ofrecimiento de Sí mismo al Padre y la efusión de Su misericordioso amor por nosotros. ¡Adorémoslo con una reverencia cada vez mayor!

23. Ya sea que seamos fuertes o débiles, los animo a que oren por obtener la gracia de la fe en la presencia de Dios en la Eucaristía, así como también por la gracia de adorar como lo hacen los ángeles. Esto es por lo que ora la Iglesia cuando termina el prefacio e inicia la oración Eucarística con las palabras: “Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo Señor Dios del universo” (Misal Romano, Prefacio de la Plegaria Eucarística).

24. Es en la Eucaristía en donde nuestro Señor se encuentra con nosotros y se convierte en nuestro fiel compañero en cada instancia de nuestra vida. Después de la Misa, las hostias consagradas restantes se reservan en el tabernáculo para que la Sagrada Comunión pueda ser llevada a los enfermos y para que, a lo largo de la semana, podamos venir y orar en Su presencia. Nuestro Señor desea permanecer con nosotros para que siempre que lo necesitemos, lo encontremos allí para ser nuestra luz, fuerza, consuelo y guía.

25. “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Desde aquella Última Cena del Jueves Santo hasta el día de hoy, nuestro Señor Jesús ha cumplido fielmente su promesa – dondequiera que haya un sagrario en el mundo que contenga la Eucaristía, Jesús está verdaderamente presente entre nosotros. Su presencia no es como un recuerdo o un símbolo que una persona guarda en un álbum de fotografías. Jesús se encuentra presente de manera verdadera, real y substancial en la Eucaristía. El Catecismo afirma: “En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (CIC 1374). El mismo Jesús que caminó por los campos de Palestina, el mismo Jesús que predicó, curó a los enfermos y resucitó a los muertos, el mismo Jesús que sufrió, murió y resucitó, está realmente presente en la Eucaristía. Verdaderamente, nuestro Señor está siempre cerca de nosotros, y podremos recordar con alegría las palabras exultantes del Deuteronomio 4,7: “¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos?”.

26. ¡El valor de cada Misa es inconmensurable! La gracia hecha tan accesible a nosotros en la Misa donde Jesucristo está siempre presente es inescrutable. Es aquí donde se nos obsequia una calidad y abundancia de vida que va más allá de este mundo.

“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.”
(Jn 6, 57)

Segunda Parte

No le ocultes nada a Cristo

27. En el día sagrado del Jueves Santo, la última noche de Jesús con Sus discípulos, Él sabía que pronto volvería a Su Padre, pero también sabía lo mucho que Sus discípulos necesitarían de Su presencia, una presencia que “La Imitación de Cristo” (escrito por Tomás de Kempis) describe elocuentemente como consoladora y fortalecedora: “Cuando Jesús está presente, todo es bueno y nada parece difícil; más cuando Jesús está ausente, todo es duro. Cuando Jesús no habla dentro del alma, muy despreciable es la consolación; más si Jesús habla una sola palabra, se siente gran consolación” (Libro Segundo, Capítulo 8). En cierto sentido pudiésemos decir que aquí Jesús se enfrenta a un dilema, por un lado, desea volver a Su Padre, y por otro desea permanecer con Sus discípulos. El amor de Dios encuentra una solución ingeniosa a este dilema. Jesús vuelve a Su Padre, pero al instituir el Sacramento de la Eucaristía, permanece al mismo tiempo con Sus discípulos, para acompañarlos en los desafíos, dificultades y sufrimientos que tendrán que afrontar al asumir la misión de predicar las Buenas Nuevas. A través de la Eucaristía, Jesús concede el mayor don de Sí mismo a sus discípulos y a también nosotros. En efecto, ¡la Eucaristía es verdaderamente el sacramento del amor de Cristo!

28. El amor de Dios por nosotros no se detuvo con la Encarnación. No solo se convirtió en uno de nosotros y compartió nuestra vida desde la concepción hasta la muerte, sino que también nos redimió a través de Su sufrimiento, muerte y resurrección. Su amor de entrega fue más allá al convertirse en nuestro propio alimento. La Eucaristía nos revela cuánto Jesús nos ama. San Juan Vianney, el santo patrón de los sacerdotes, expresa elocuentemente el amor extremo de Dios por nosotros en la Eucaristía: “Nunca hubiéramos pensado en pedirle a Dios que nos diera a su propio Hijo. Pero lo que el hombre no podía ni siquiera imaginar, Dios lo ha hecho. Lo que el hombre no podía decir o pensar, y lo que no se había atrevido a desear, Dios, en su amor, lo ha dicho, lo ha planeado y ha llevado a cabo su designio. Nunca nos habríamos atrevido a pedirle a Dios que su Hijo muriera por nosotros, que nos diera Su Cuerpo para comer, Su Sangre para beber… En otras palabras, lo que el hombre no podía ni siquiera concebir, Dios lo ha ejecutado. Ha ido más lejos en Sus designios de amor de lo que nosotros hubiéramos podido soñar” (Meditación Sobre La Sagrada Eucaristía del Cura de Ars, Meditación I).

29. ¿Cómo es que respondemos entonces al don de Sí mismo que el Señor nos hace en la Sagrada Eucaristía? ¿Lo deseamos realmente? ¿Estamos ansiosos por conocerlo? ¿Deseamos encontrarnos con Él, ser uno con Él y recibir los dones que nos ofrece a través de la Eucaristía?

30. En la secuencia “Lauda Sion Salvatorem” para la solemnidad de Corpus Christi, Santo Tomás de Aquino nos invita a no retener nada como la respuesta más adecuada al don de Jesús mismo en la Eucaristia: en latín “Quantum potes, tantum aude, quia maior omni laude nec laudare sufficis,” que se puede traducir, “Alaba cuanto más puedas, y sin descanso; porque la mayor alabanza que se haga no será suficiente. “Quantum potes” significa “cuanto más puedas” y “tantum aude”, significa ‘cuanto más te atrevas’. Esta es la respuesta más apropiada para un obsequio tan impresionante, darlo todo en respuesta al don desmesurado que es Jesús mismo.

31. En respuesta a este gran don, muchos misioneros a lo largo de la historia han renunciado a todo, incluso a su propia familia, dejando su patria para llevar el mensaje del amor de Dios y la Eucaristía a muchas partes del mundo. En respuesta, una enorme cantidad de religiosos y religiosas han consagrado sus vidas a adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento dentro de las cuatro paredes de su convento o monasterio. En respuesta, innumerables mártires a lo largo de los siglos, como los de la persecución de principios del siglo III en Abitina en Túnez, estuvieron dispuestos a someterse a torturas y a la muerte antes de negar la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. Y en respuesta, muchos creyentes, incluso en la actualidad, se han comprometido a asistir a la Misa diaria y a la adoración para estar con Jesús en la Eucaristía. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Cuál es nuestra propia respuesta?

32. “Quantum potes, tantum aude, quia maior omni laude nec laudare sufficis”. En efecto, no debemos retener nada, sino que al contrario debemos entregarnos totalmente al Señor que se ha entregado por entero a nosotros en la Eucaristía. La única respuesta adecuada a este gran don es ordenar toda nuestra vida conforme primeramente a recibir este don, y después a imitarlo, ofreciendo a Jesús nuestro propio cuerpo y sangre, nuestro sudor y nuestras lágrimas, todo nuestro corazón, todo lo que tenemos y todo lo que somos mediante el servicio y el amor a nuestros hermanos, como Jesús lo ha hecho por nosotros.

I. Las Gracias de la Sagrada Comunión:

ii. La Sagrada Comunión nos cambia y nos transforma en “Alter Christus”

33. La presencia Eucarística de Jesús no es solo para acompañarnos, sino también para ser nuestra fuerza y alimento. Jesús hace esto eligiendo elementos de la naturaleza – pan y vino – el alimento y la bebida que el hombre debe consumir para mantener su vida. La Eucaristía es precisamente este alimento y esta bebida, porque contienen en sí toda la fuerza de la Redención realizada por Cristo. La Eucaristía es el único alimento que nos proporciona la felicidad verdadera y duradera, y nos conduce a la vida eterna. Es capaz de transformar la vida del hombre y abrir ante él el camino a la vida eterna. ¿Cómo puede ser esto posible?

34. Mientas pasaba por un periodo de conversión, un día a San Agustín se le concedió una visión en la que una voz le dijo “Yo soy el alimento de los maduros: creced, entonces, y me comeréis. No me transformarás en ti mismo como alimento corporal; pero serás transformado en mí” (Confesiones, VII, 10, 18). Hay un dicho popular que dice, “Somos lo que comemos“, cuán cierto es esto cuando lo aplicamos a la Eucaristía. La comida ordinaria es absorbida por nosotros y se convierte en una parte de nuestro cuerpo. Pero cuando recibimos la Eucaristía, esta nos absorbe; un Cristiano se convierte realmente en lo que come; se transforma en Cristo. Hace siglos, San León Magno escribió: “Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo solo tiende a convertirnos en aquello que recibimos”.

35. Los Padres de la Iglesia tomaron el ejemplo del alimento físico para explicar este misterio. Sabemos que la forma de vida más fuerte normalmente asimila a la más débil, y no viceversa. El mundo vegetal asimila los minerales, los animales asimilan los vegetales, y el espiritual asimila la materia. Cuando recibimos el Cuerpo de Cristo, no cambiamos a Cristo en nuestra propia sustancia, por el contrario, somos nosotros los que nos transformamos en Cristo Mismo. Los alimentos que comemos normalmente no son seres vivos y por lo tanto no pueden darnos vida, son una fuente de vida únicamente porque sostienen la vida que tenemos. En cambio, el Pan de Vida, es decir Jesús, es el Pan Vivo y aquellos que lo reciben, viven de Él. Por consiguiente, mientras que el alimento normal que nutre el cuerpo es asimilado por el cuerpo y se convierte en parte de él, con el Pan de Vida ocurre todo lo contrario.

36. Este Cristo Eucarístico da vida a los que lo reciben, los asimila y los transforma en Sí mismo. Jesús se llamó a Sí mismo “Pan de Vida” precisamente para hacernos comprender que no nos nutre como lo hace la comida ordinaria, sino que, al poseer la vida, nos la da. Ser asimilados por Jesús en la Sagrada Comunión nos hace semejantes a Él en nuestros sentimientos, deseos, y nuestra manera de pensar. En la Sagrada Comunión, Su corazón alimenta el nuestro, Sus deseos puros, sabios y amorosos purifican los nuestros, de tal manera que no sólo sabemos lo que Él desea, sino que nosotros mismos empezamos a desear cada vez lo mismo que nuestro Señor desea. San Pablo escribió acertadamente, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20). A través de la Eucaristía, nos convertimos realmente no solo en un Alter Christus – Otro Cristo – sino también en Ipse Christus – Cristo Mismo. El Papa Emérito Benedicto XVI en una homilía sobre el Corpus Domini habla acerca de esta asimilación divina. “La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a Aquel que va delante de nosotros” (Homilía Corpus Domini 2005).

37. ¿Alguna vez se ha preguntado la razón por la que Jesús eligió dejarnos su presencia bajo la apariencia de pan y vino? El Mismo nos revela la razón en su discurso sobre el Pan de Vida: “Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Jesús quiere alimentar en nosotros un orden de vida superior, una capacidad de poder amar y actuar como Él, incluso para “ser perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48).

38. El pan y el vino son también símbolos poderosos que transmiten con elocuencia la invitación de Jesús a recorrer Su mismo camino de amor sacrificado. Los granos de trigo que se utilizan para hacer pan han tenido que pasar por un proceso agotador. Son arrancados, machacados, triturados, molidos, amasados, moldeados, y finalmente, son arrojados al horno. De manera similar, las uvas son arrancadas y aplastadas. Su jugo es purificado y embotellado, y después se deja reposar hasta la madurez. Si miramos a Jesús Crucificado en la Cruz, podemos ver que Él pasó por un proceso duro y similar cuando vivió Su Pasión y Muerte; esto es lo que realmente significa el verdadero amor. Cada vez que recibimos la Eucaristía, somos invitados a imitar este amor sacrificado de Cristo.

39. En su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, el Papa Benedicto XVI nos recordó que revivir el sacrificio de Jesucristo en la Eucaristía nos obliga a ser como Jesús, “pan partido para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: ‘dadles vosotros de comer’ (Mt 14, 16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (Sacramentum Caritatis, n. 88). Es a través de la Eucaristía que Cristo se multiplica en cada uno de nosotros, y nos envía a nuestro mundo para colaborar con Él en la obra de Redención. Lo que recibimos, no podemos guardarlo para nosotros mismos, debemos de llevar a Jesús a las demás personas en nuestras vidas.

40. Al final de la Misa, el sacerdote despide a los fieles con las palabras: “Vayamos en paz, la Misa ha terminado.” Sin embargo, las palabras originales de despido en latín dicen: “Ite, missa est”, lo cual literalmente significa “vayan, son enviados”. Cada vez que salimos del umbral de la Iglesia después de haber recibido la Eucaristía, llevamos el amor de Cristo a nuestras actividades diarias y a cada persona que encontramos.

ii. Nos convertimos en “Un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo”

41. El efecto final de la Sagrada Eucaristía no es únicamente la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo para nuestro alimento espiritual, sino además transformar a los que reciben la Sagrada Comunión en “un solo cuerpo, un solo Espíritu en Cristo” (Plegaria Eucarística III y 1 Cor 12,12-13). A través de esta relación personal con Jesús Resucitado en la Eucaristía, experimentamos el amor abnegado de Jesús, que nos invita a imitar su amor y a llevarlo a cada persona y a cada situación de nuestra vida cotidiana. Podemos ver cómo la Eucaristía cambió la vida de los primeros Cristianos; a partir de su experiencia Eucarística con el Señor Resucitado, vivieron en amorosa comunión unos con otros, comían juntos y oraban juntos en el Templo; ponían sus bienes a los pies de los Apóstoles para ayudar a las necesidades de los pobres. Tenían “un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos” (Hechos 4,32).

42. En la vida del Venerable Siervo de Dios, El Cardenal Francis Nguyen Van Thuan, la Eucaristía también desempeñó un papel central en el fortalecimiento de esta comunión. Como arzobispo coadjutor de Saigón, Vietnam, fue arrestado el 15 de agosto de 1975, poco después de que Vietnam del Sur cayera en manos del régimen comunista. El Cardenal Van Thuan pasó los siguientes 13 años en prisión, entre residencias forzadas, campos de reeducación y nueve años de confinamiento solitario. En su libro “Testimonio de Esperanza“, describe cómo la Eucaristía se convirtió en su esperanza y luz en la oscuridad del campo de prisioneros. Con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de su mano, celebraba secretamente la Misa. Esas Misas se convirtieron en una fuente de consuelo para él y le dieron fortaleza en esos momentos tan difíciles de su vida.

43. El “campo de reeducación” dividió a los prisioneros en grupos de cincuenta que dormían en el suelo como cama. Cada uno disponía de un espacio de pie y medio de ancho. De los cincuenta prisioneros que estaban con el Cardenal Van Thuan, solo cinco eran Cristianos. Con la colaboración de los prisioneros no Cristianos, se organizaron para estar cerca el uno del otro al anochecer. Cuando las luces se apagaban a las 9:30, el Cardenal Van Thuan decía la Misa en voz baja y distribuía la comunión a los Católicos. Guardaba siempre una Hostia consagrada en el bolsillo de su camisa. Durante la noche, los prisioneros se turnaban para la adoración. Durante el día, incluso en medio de la crueldad de la vida en prisión, El Cardenal Van Thuan y los pocos Cristianos que estaban con él centraron su atención en Jesús. Para ellos, Jesús en la Eucaristía se convirtió en un verdadero compañero. Como resultado de la presencia Eucarística introducida clandestinamente en el campo de prisioneros, los prisioneros Cristianos recuperaron el fervor de su fe durante aquellos tiempos tan difíciles e incluso otros no Cristianos se convirtieron a la fe. La fuerza del amor de Jesús en la Eucaristía es irresistible. La presencia silenciosa de Jesús en la Eucaristía trajo consuelo a los que sufrían, vigor a una fe debilitada y, sobre todo, fortaleció el vínculo de unidad entre ellos.

44. ¡Cuánto necesitamos de la Eucaristía en nuestro mundo actual! También nosotros estamos atravesando por momentos difíciles. Estamos saliendo de una pandemia que ha paralizado a muchos de miedo y dejómucho sufrimiento a su paso. A lo largo de este tiempo también hemos experimentado una gran división dentro en nuestro país e incluso dentro de nuestra Iglesia. La declinación tangible y rápida de nuestra cultura produce ruido vacío y placeres vanos que ahogan la invitación de Dios a entrar en una relación de amor con Él.

45. ¿Qué podemos hacer para traer paz, justicia y amor a un mundo que está hambriento de Dios y de Su amor? Por nosotros mismos no podemos hacer nada, pero en la Eucaristía, Dios Mismo es nuestro alimento y nuestra fuerza. No podemos transformar nuestras vidas ni cambiar el mundo solo con nuestras propias fuerzas. La Eucaristía como sacramento de comunión y amor nos motiva interiormente a trabajar incansablemente por la reconciliación y la restauración de la justicia, y a luchar juntos para restaurar el respeto a la dignidad de todo hombre y mujer, ya que somos hechos a la imagen y semejanza de Dios.

46. En la Sagrada Comunión, Cristo está presente en nosotros. La Sagrada Comunión permite que Cristo, a través de nosotros, vaya todos los callejones y rincones del mundo para que donde haya división y odio, sea Él quien lleve el amor; donde haya sufrimiento y dolor, Él lleve alivio y consuelo; y donde hay desaliento y pecado, Él lleve sanación y perdón ¿Se imaginan si cada uno de nosotros, los Cristianos, hiciéramos de la Eucaristía la fuente y la cumbre de nuestra vida? ¡Encenderíamos fuego al mundo con el amor de Cristo!

II. La fe percibe lo que nuestros sentidos no logran captar

47. Por lo tanto, ¿qué es lo que debemos hacer para asegurar que la Sagrada Comunión confiera estos efectos vivificantes y transformadores en nuestra alma? Si recibimos la Sagrada Comunión por rutina sin abrirnos al Señor, no recibiremos todas las gracias que Dios desea concedernos. Pero si, por el contrario, recibimos al Señor con las debidas disposiciones, la gracia de Dios fortalecerá nuestra determinación de seguirlo, amarlo e imitarlo. Nuestro Señor Jesús desea profundamente nuestra unión con Él en la Sagrada Comunión, y a través de ella, desea llevar a cabo nuestra transformación en Él, y la transformación de la sociedad en la que vivimos. Sin embargo, nosotros por nuestra parte, también debemos desear ardientemente esta unión con Jesucristo.

48. En la cultura actual, tan superficial y acelerada, que se rige por resultados y gratificación instantáneos, es sencillo que perdamos nuestro sentido de admiración cuando nos encontramos cara a cara con el milagro de la Eucaristía. Al vivir en una cultura que busca titulares sensacionalistas y espectáculos que llamen la atención, podemos fácilmente dar por hecho la Eucaristía y recibir a Jesús en la Sagrada Comunión con poca o ninguna expectativa. Contrariamente a lo que nuestra cultura ofrece y busca, la presencia de Jesús en la Eucaristía es tranquila, gentil e imperceptible.

49. No obstante, la fe puede penetrar a través del velo de nuestros sentidos, ayudándonos a ver que cada Santa Misa es genuinamente un encuentro con Jesucristo. Cuando la Escritura es proclamada y predicada, es Cristo Mismo quien nos habla, por consiguiente, para poder recibir todos estos beneficios y efectos transformadores de la Sagrada Comunión, el primer requisito esencial es la fe.

50. En el discurso sobre el Pan de Vida en el capítulo 6 del Evangelio de Juan, muchos de los discípulos reaccionaron a la afirmación de Jesús diciendo: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?. Después de que Jesus vio que la mayoría de Sus discípulos lo abandonaban, Se volvió hacia los doce apóstoles y les pregunto: “¿También ustedes quieren irse?”. Pedro le respondió con fe, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6,68). Esta enseñanza no fue sencilla para Pedro y se volvería insondable para él y el resto de los apóstoles un año más tarde durante la Ultima Cena, cuando Jesús tomaría pan y vino en sus manos y los transformaría totalmente en Él mismo diciendo: “Este es mi cuerpo, coman de el”, y “Este es el cáliz de mi sangre: tomen y beban”. Pedro sabía que Jesús tenía palabras de vida eterna y puso toda su fe en las palabras de Jesús. Creía en la difícil enseñanza de Jesús sobre la Eucaristía precisamente porque tenía fe en su Dios y Señor, basando toda su existencia en las palabras de Jesús.

51. En este día, en nuestra situación o circunstancias particulares, Jesús también se dirige a nosotros y nos hace la misma pregunta: “¿también ustedes quieren irse?” Como los discípulos en Capernaum, hay muchas personas en la actualidad que se han alejado espiritualmente de Jesús en la Eucaristía. Muchos Católicos que se han alejado de la práctica de asistir a la Misa dominical, se han centrado más en el trabajo, los deportes, en dormir o en el entretenimiento, en lugar de en el Señor. También hay personas que están presentes físicamente pero no con su fe. Puede que acudan a la Misa, pero no reciben a Jesús con fe, amor y reverencia porque piensan que únicamente están recibiendo un símbolo y no al mismo Dios que murió por ellos. Hay quienes asisten físicamente a Misa, pero sus corazones no pueden esperar a alejarse de la presencia de Jesús. De hecho ¡la Eucaristía es difícil de creer! Es debido a esto que es tan importante tener paciencia y compasión con aquellos cuya fe es débil. No obstante, el llamado a la fe es urgente.

52. Nuestra fe Católica, transmitida a nosotros por los Apóstoles, afirma que después de las palabras de la consagración, lo que a nuestros sentidos parece seguir siendo simplemente pan sin levadura y vino se convierten realmente en el Hijo de Dios y Salvador del mundo. Debido a esta razón, Santo Tomás de Aquino a través de su hermoso himno Eucarístico “Adoro Te Devote” nos invita a tener gran confianza en las palabras de Jesus acerca de Su Cuerpo y Sangre, a pesar de que la realidad parezca muy buena para ser cierta: “Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad”. Y el himno de “Tantum Ergo”, nos invita a implorar a Dios por esta fe tan necesaria: “Que la fe supla la incapacidad de los sentidos”. 

53. La fe hace toda la diferencia en la manera en que experimentamos la gracia salvadora y transformadora de Dios en la Eucaristía. La fe es la llave que tenemos en nuestras manos para abrir los tesoros del amor y la gracia de Dios que están a nuestra entera disposición para nuestra santificación. Ruegue al Señor para que fortalezca su fe “haz que yo crea más y más en Ti” (Himno Adoro Te Devote).

54. El Señor nos invita a responder con una fe como la de Pedro: “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” y hacer un compromiso no solo para creer en sus palabras que Él es el pan del cielo, sino para construir nuestras vidas de acuerdo con esa creencia. Jesús nos pide que hagamos de Él la “fuente y cumbre” de toda la vida Cristiana (Lumen Gentium, n. 11). Nos pide que lo elijamos a Él, quien ha elegido habitar entre nosotros y ha hecho la promesa y el compromiso de estar con nosotros por siempre.

III. La recepción digna de la Sagrada Comunión – Conformar nuestra vida con Cristo

55. La hermosa y abundante Liturgia de la Iglesia, que nos ha sido transmitida desde el primer siglo, contiene muchas expresiones de devoción y fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por ejemplo, recordamos que la razón principal por la que nuestras iglesias están decoradas con hermoso y precioso arte es debido a que allí, en el edificio de la Iglesia, Jesús está presente en el tabernáculo, acompañándonos siempre e intercediendo por nosotros. También celebramos nuestras Misas con música y vestiduras hermosas, incienso, velas, y muchos otros detalles que nos permiten expresar nuestra fe y gratitud a Cristo que nos ha amado tanto que Ha decidido quedarse con nosotros, realmente presente en la Eucaristía, hasta el final de los tiempos. Muchas iglesias tienen horas especiales de oración y adoración de la Eucaristía, para honrar y agradecer a nuestro Señor, y para llevar ante Él todas nuestras necesidades. Nos vestimos respetuosamente para asistir a Misa sabiendo que venimos a adorar y recibir a nuestro Señor, que viene a nosotros en el altar y especialmente en nuestros corazones. Todas estas expresiones de devoción son manifestaciones de una fe viva en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

56. De la misma manera en que la fe Eucarística de la Iglesia se expresa de tantas maneras hermosas, así también, nuestra fe en la Presencia Real debe movernos a desear y esforzarnos con todos nuestro empeño en preparar y recibir dignamente a Jesús en la Sagrada Comunión.

57. En el momento de la Sagrada Comunión, el sacerdote eleva la Hostia y dice: “el Cuerpo de Cristo”. Cuando respondemos “Amén” y recibimos el cuerpo de Cristo, estamos expresando no solo nuestra fe en Jesucristo, sino también nuestro deseo y esfuerzo por vivir en amistad con él. Al recibir el Cuerpo de Cristo en la Sagrada Comunión manifestamos nuestra unión con el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. Por lo tanto, si con nuestro “Amén” nos negamos a aceptar y vivir de acuerdo con toda la enseñanza de Cristo y de Su Iglesia, no estamos en comunión con Él, sino viviendo una unión “falsa”, que pasa por alto la verdad y la justicia. Del mismo modo, cuando cometemos un pecado mortal y le fallamos deliberadamente en un asunto serio de “rechazo de la comunión con Dios… entonces estamos seriamente obligados a abstenernos de recibir la Sagrada Comunión hasta que nos hayamos reconciliado con Dios y la Iglesia” mediante el Sacramento de Penitencia (USCCB “Dichosos los Invitados a Su Cena”: Prepararnos Para Recibir Mas Dignamente la Sagrada Comunión).

58. San Juan Pablo II nos recordó esta enseñanza perenne de la Iglesia, que “la celebración de la Eucaristía, no obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone previamente, para consolidarla y llevarla a perfección” (Ecclesia et Eucharistia, n. 35). Por consiguiente, para recibir todas las gracias y beneficios de la Sagrada Comunión mencionados anteriormente, la Eucaristía requiere que vivamos y perseveremos en la gracia santificante y en el amor, permaneciendo dentro de la Iglesia como un solo cuerpo y un solo Espíritu en Cristo. San Juan Pablo II afirmó ratificando la clara enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (CIC 1385).

59. Es importante subrayar esta conexión intrínseca entre los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía porque como escribió El Papa Benedicto estamos “inmersos en una cultura que tiende a borrar el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la Comunión sacramental” (Sacramentum Caritatis, n. 20). Una tendencia común y errónea de nuestros tiempos es el suponer que todos tienen el derecho de acercarse y participar del cuerpo y la sangre del Señor y que limitar tal “derecho” iría en contra de la práctica de Jesucristo, quien dio la bienvenida a todos los pecadores.

60. Sin embargo, las enseñanzas de la Iglesia siempre han sido claras y son basadas en la Escritura Bíblica. La Sagrada Comunión está reservada para aquellos que, con la gracia de Dios, se esfuerzan sinceramente por vivir esta unión con Cristo y Su Iglesia, adhiriéndose a todo lo que la Iglesia Católica cree y proclama que Dios ha revelado.

61. Desde un principio, la enseñanza de los Doce Apóstoles transmitida a nosotros en la Didaché uno de los más antiguos escritos fuera del Nuevo Testamento – describe esta antigua práctica en la que el sacerdote, justo antes de distribuir la Sagrada Comunión decía: “El que sea santo, que se acerque, el que no lo sea, que haga penitencia” (Didaché, 10). La Iglesia siempre ha subrayado esta disciplina y doctrina perenne: antes de recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión, hay que estar en comunión de vida, restaurada a menudo por la misericordia de Dios en el sacramento de la Penitencia. De lo contrario, en lugar de recibir todas las gracias de la Sagrada Comunión, estamos participando de nuestra propia condenación. San Pablo declaró: “Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor”. En otras palabras, quien recibe indignamente la Eucaristía tendrá que responder por la muerte del Señor. El Apóstol advirtió, además: “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación.” (1 Cor 11,27-29).

62. Santo Tomás de Aquino dolorosa pero claramente hizo eco de la advertencia de San Pablo en el himno “Lauda Sion Salvatorem” recordándonos que el “Pan de Vida” se convierte en el pan de muerte para aquellos que consumen a Jesús en estado de pecado grave. “Recíbenlo buenos y malos; más con suerte desigual de vida o de muerte. Es muerte para los malos y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.Cuando recibimos la Sagrada Comunión indignamente, el Sacramento se convierte en un sacrilegio; la medicina espiritual se convierte para esa persona — es aterrador decirlo — en una forma de veneno espiritual. Cuando no creemos realmente en Jesús, cuando no buscamos realmente conformar nuestra vida entera a Él y recibimos a Jesús a pesar de que sabemos que hemos pecado mortalmente contra Él, esto solo conduce a un pecado mayor y a una traición.

63. Al hablar del Sacramento de la Penitencia, deseo reconocer con gratitud la dedicación de nuestros sacerdotes, que ofrecen generosamente su tiempo para que los fieles puedan tener siempre la oportunidad de confesarse. En el ejercicio de su ministerio, también contribuyen en ayudar a los fieles a prepararse dignamente para la Sagrada Comunión. ¡Oren por sus sacerdotes que se han puesto fielmente a disposición por este mismo propósito! Oren también para que Dios nos bendiga con más vocaciones al sacerdocio.

64. Existen situaciones en las que podemos honrar más a Dios absteniéndonos de la Sagrada Comunión que satisfaciendo un deseo personal de recibirlo sacramentalmente en la comunión. Conozco a una madre Católica que, por no querer mostrar irreverencia o desprecio por lo que verdaderamente es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, se abstuvo de comulgar durante varios años porque vivía en un matrimonio irregular. Esto sucedía a pesar de que todavía asistía fielmente a Misa cada semana con sus hijos y era una adoradora eucarística regular en su parroquia, todo debido a su profunda fe y devoción a Cristo presente en la Eucaristía, no obstante, no se presentaba a comulgar. Fue educada para entender que los creyentes Cristianos deben evitar recibir la Sagrada Comunión indignamente. Consciente de las amonestaciones bíblicas y de las enseñanzas de la Iglesia, renunciaba a su encuentro sacramental con el Señor y hacia en cambio una comunión espiritual cada domingo. Su joven hijo se sentía tan claramente edificado por el tranquilo ejemplo de fe y fidelidad de su madre que se convirtió en teólogo moral y ahora da clases de teología moral en un seminario Católico.

65. En esta enseñanza perenne la cual es bíblica y clara, la Sagrada Comunión está destinada a ser la consumación de la unión del amor entre Jesús, el Esposo, y su Esposa, la Iglesia; entre Él y cada creyente. La Iglesia invita a todos al banquete nupcial, y al mismo tiempo, se compromete a ayudar a todos a llegar adecuadamente vestidos con un traje bautismal purificado, para que el don más grande – la Eucaristía – no se convierta en su destrucción espiritual.

66. Debido a esta razón, la Iglesia requiere que los líderes Católicos que han apoyado públicamente leyes gravemente inmorales como el aborto y la eutanasia, se abstengan de recibir la Sagrada Comunión hasta que se arrepientan públicamente y reciban el Sacramento de la Penitencia. No todas las cuestiones morales tienen el mismo peso que el aborto y la eutanasia. La Iglesia enseña que el aborto y la eutanasia son pecados intrínsecamente graves y que existe una grave y clara obligación para todos los Católicos de oponerse a ellos mediante la objeción consciente. “En el caso pues de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, ‘ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto’’” (Evangelium Vitae, n. 73). El documento de Aparecida, del que el Papa Francisco se reconoce como uno de los autores principales durante su etapa como Arzobispo de Buenos Aires, enseña claramente: “Esperamos que los legisladores [y], gobernantes, … defiendan y protejan [la dignidad de la vida humana] de los crímenes abominables del aborto y de la eutanasia; ésta es su responsabilidad. …. Debemos atenernos a la “coherencia eucarística”, es decir, ser conscientes de que no pueden recibir la sagrada comunión y al mismo tiempo actuar con hechos o palabras contra los mandamientos, en particular cuando se propician el aborto, la eutanasia y otros delitos graves contra la vida y la familia. Esta responsabilidad pesa de manera particular sobre los legisladores, gobernantes, y los profesionales de la salud”.

67. En el clima político actual de nuestro país, la Iglesia puede ser fácilmente acusada de favorecer a un partido y de señalar a los políticos de un determinado partido con tal enseñanza. Pese a ello, la Iglesia solo está reafirmando fielmente su enseñanza perenne sobre la Eucaristía y la digna recepción de la Sagrada Comunión, que se aplica a cada persona. Coherencia eucarística significa que nuestro “Amén” en la Sagrada Comunión incluye no solo el reconocimiento de la presencia Real, sino también una unión en la comunión, aceptando y viviendo toda la enseñanza de Cristo transmitida a nosotros a través de la Iglesia.

68. La Sagrada Eucaristía es la Redención continua del mundo a través de la presencia real de Cristo entre nosotros y dentro de nosotros. El Señor Jesús en la Eucaristía, en quien creemos y de quien nos sustentamos, quiere poner toda nuestra vida en comunión con Él, para que no solo vivamos por Él, sino también para Él y con Él. Jesús también quiere vivir a través de nosotros, amar a través de nosotros y predicar y servir a través de nosotros. Para que Jesús logre hacerlo, es necesario que hagamos de la Eucaristía la fuente y cumbre de toda nuestra vida, que permitamos que nuestro Señor nos llene de asombro y maravilla, vivir con una gran fe en Él y en Sus palabras y seguirlo cada vez más de cerca por el camino que conduce a la vida eterna.

El domingo es el tiempo para anunciar al mundo que ya no somos esclavos del pecado y de la muerte. Este día está destinado a ser un regalo semanal de Dios a su pueblo: un día de libertad, alegría, caridad y paz.

Tercera Parte

Amar y adorar al Señor Eucarístico

69. Hasta aquí hemos despertado nuestra admiración ante el misterio eucarístico y hemos considerado la naturaleza de nuestra entrega total como respuesta. Ahora nos centramos en ver cómo podemos vivir prácticamente este misterio con mayor fe y amor por (como oramos en cada Misa) “nuestro bien y el de toda su Santa Iglesia” En otras palabras, ¿cómo podemos concretamente “seguir el Arca” de la Eucaristía hacia el futuro que Dios tiene planeado para nosotros?

I. Haz que cada domingo sea el “Día del Señor”.

70. Para muchos de nuestros contemporáneos les parece el domingo solamente como la segunda mitad del fin de semana. De este modo, el tiempo se convierte en una sucesión vacía de días, sin significado, propósito o dirección. La consecuencia de esto no es neutral, sino de hecho profundamente perjudicial para nosotros. Si cada semana no tiene un propósito final (es decir, no hay un día “para” el Señor, lo que significa un día de adoración divina), entonces pronto creemos que el tiempo, la historia y nuestras vidas también carecen de sentido. El resultado es una especie de esclavitud a cualquier otra cosa que pensamos que es más importante que la adoración de Dios. Sin un tiempo compartido por todos nosotros para participar en la adoración divina, inevitablemente caeremos bajo la esclavitud de alguna fijación que tal vez sea buena pero terrenal. Podría ser el dinero, el éxito, el avance social, el entretenimiento, la educación, la política o los deportes, pero al igual que los efectos del trabajo duro sin fin, el resultado es el agotamiento espiritual y el desaliento.

71. Por consiguiente, la Iglesia enseña que el domingo es un “día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero (CIC 2172). Significa que el domingo es un símbolo de un pueblo liberado. En la Antigua Alianza, el Sabbat era una vivencia semanal que recordaba la liberación de Egipto para el culto en Jerusalén. Anunciaba tanto a Israel como a sus vecinos que ya no eran esclavos de Egipto. En la Nueva Alianza, el domingo está destinado a ser una experiencia que anuncia y renueva la libertad de la Nueva Pascua al mundo. El domingo es el tiempo para anunciar al mundo que ya no somos esclavos del pecado y de la muerte. Este día está destinado a ser un regalo semanal de Dios a su pueblo: un día de libertad, alegría, caridad y paz. Es el día principal en el que Dios renueva su alianza con nosotros. Podríamos decir que Jesús Resucitado eligió celebrar su primera misa el domingo de Pascua, el día que resucitó de entre los muertos (Lc 24,13-35). Desde entonces, el domingo se centra en la celebración de la Misa.

72. ¡Cuán sediento está nuestro mundo de este signo de libertad! Pero esta libertad no es simplemente libertad de, sino libertad para. Dios nos ordena santificar el Sabbat (Ex. 20,8). “Santificarse” significa reservarse para el culto divino. Es inadecuado pensar que el domingo es simplemente una liberación del trabajo. De acuerdo, implica la libertad del trabajo servil, pero esto es para que seamos libres de participar en la obra de nuestra Redención. La participación en la obra de la Cruz y Resurrección del Hijo de Dios es la obra que da descanso y respiro. Debido a ello, el domingo es un día de trabajo porque participamos en la obra liberadora de Dios en la Liturgia Sagrada. Lo que una catedral es a un pueblo, el domingo es a la semana: reservado para el “trabajo” del culto divino. El domingo no se trata de mera inactividad, de hecho, la Misa es la forma más elevada de actividad, porque en ella participamos en la obra de nuestra salvación mediante nuestra participación en la Eucaristía.

73. Hermanos y hermanas en Cristo, examinen su experiencia del domingo. ¿Ha permitido que el domingo sea como cualquier otro día de la semana? ¿Reserva todo el día para su rejuvenecimiento en Dios, o ha reducido la santidad del día a una hora o dos? Es un hecho que algunas personas están obligadas a trabajar los domingos, lo que por supuesto está permitido. Pero para muchos de nosotros, el domingo podría ser “santificado” más eficazmente con preparación y previsiones mínimas.

74. Los Santos siempre aman el domingo y lo santifican. De joven, Santa María Goretti caminaba quince millas de ida y vuelta a la Misa dominical. San Lorenzo de Brindisi una vez caminó cuarenta millas para asistir a Misa. Hoy en día, por ejemplo, en algunas partes de África, algunos de nuestros hermanos y hermanas Católicos caminan durante largas horas para asistir a Misa. Las familias, los individuos y las pequeñas comunidades que intentan ser buenos servidores del Día del Señor descubren rápidamente un tesoro que cambia toda su experiencia de la semana, el domingo ya no es un día más. Se convierte en el día de la Eucaristía, el día del encuentro con la alegría del Señor Resucitado, que los fortalece, alimenta y los envía juntos a la misión el resto de la semana.

75. Piense en la Eucaristía dominical como el sol que emite rayos de luz y calor. Si no brillaran estos rayos ¿de qué serviría el sol para la vida en la tierra? Del mismo modo, si no se perciben los buenos efectos de la Misa del domingo, nuestros ojos se vuelven ciegos a la bondad y el poder de la Eucaristía. Los invito a ¡ser audaces al permitir que los rayos de libertad, alegría y vida broten de la Misa en el resto de su domingo! ¿Cómo puede el Señor desear que usted permita que estos rayos brillen precisamente el domingo? Aquí están algunas ideas simples para que usted considere:

  • Elegir una hora fija para ir a Misa el domingo y cumplir con ella.
  • Encontrar maneras de hacer que la experiencia de la Misa dominical sea realmente alegre y festiva, por ejemplo, llevar su mejor ropa, tener una maravillosa comida con sus seres queridos después de Misa, tener buena música sonando en casa durante todo el día, llamar por teléfono a sus seres queridos, disfrutar de un hogar limpio y renovado – lo que significa terminar las tareas domésticas y los quehaceres del sábado – , pasar tiempo disfrutando de la Biblia, saborear algo verdaderamente hermoso en la naturaleza o el arte, y realizar obras sencillas de caridad.
  • Intentar vivir el día del Señor desde el atardecer del sábado hasta el atardecer del domingo.
  • Apagar el teléfono por periodos extensos del domingo, si no es que todo el día
  • Si las obligaciones externas amenazan con su domingo, considere la posibilidad de hablar con su jefe, su familia o sus amigos para tratar de encontrar la manera de transferir esos compromisos a otro día de la semana.

II. Si le es posible, asista a la Misa diaria. 

76. La belleza del Día del Señor debe extenderse al resto de la semana. San Agustín escribió sobre su madre, Santa Mónica: “Ella no dejo pasar un día sin estar presente en el Divino Sacrificio ante Tu Altar, Oh, Dios”. San Juan de la Cruz, refiriéndose a las duras privaciones durante su encarcelamiento de nueve meses, dijo que el peor sufrimiento era no poder celebrar la Misa ni recibir la Sagrada Comunión. Por supuesto, los deberes diarios pueden hacer que la Misa diaria sea imposible para algunas personas, pero para muchos de nosotros, es simplemente una cuestión de apreciar el valor inconmensurable de la Misa, y consiguientemente, organizar nuestro tiempo.

77. En el Padre Nuestro, Jesús nos enseñó a pedir a nuestro Padre que “danos hoy nuestro pan de cada día”.Como Dios hizo llover maná en el desierto con el rocío de la mañana, Cristo alimenta a su Iglesia diariamente en la Misa. Cuando nos damos cuenta de que el Señor desea renovar para nosotros el don de la Eucaristía dominical cada días de la semana, ¿cómo no sentirnos abrumados por la gratitud y un hambre espiritual más profunda por el Pan de Vida?

78. En este mundo tan ajetreado, ¿es realmente posible ir a Misa diaria? ¿O tal vez tengamos la tentación de pensar que se trata de un lujo dedicado solo para el clero o para aquellas personas que tienen tiempo extra en sus manos? No es así. La Eucaristía, como hemos visto, alimenta la misión de los miembros del cuerpo de Cristo en el mundo. Los Cristianos que están activos en el mundo tienen una gran necesidad de fuerza espiritual para llevar a Cristo a su arena de su trabajo. Tal vez incluso podríamos decir que aquellos quienes tienen la mayor demanda en sus actividades seculares son los más necesitados de la gran fuerza que proviene de la Eucaristía diaria. No hace mucho, el gran Italiano San José Cottolengo animaba a los trabajadores más activos: médicos, enfermeras, obreros, maestros, padres, etc. a asistir a la Misa diaria; cuando le decían que no tenían tiempo, este les decía severamente que tenían mucho tiempo – simplemente no lo estaban manejando adecuadamente. Con tantas distracciones y demandas que compiten por nuestra atención, la Misa puede convertirse en una fuente diaria de paz y fortaleza. Nos convierte de “Martas” a contemplativas “Marías”, que aprenden a elegir la “mejor parte” cada día (cf. Lucas 10,42). Lo invito a que se comprometan a asistir como mínimo a una misa entre semana. Le garantizo que si lo hace, en los próximos seis meses notará la gran diferencia que hará en su vida.

III. Aumente su tiempo de adoración Eucarística.

79. Los amigos profundizan su amor y afecto pasando tiempo juntos. Lo mismo ocurre con nuestra relación con Cristo. La adoración Eucarística prolonga el misterio de la ofrenda de Jesús en la Misa. Adorar a Jesús Eucarístico es saborear y deleitarse con Su amor en Su presencia sacramental. No se opone a la Misa ni tampoco la sustituye, la adoración eucarística más bien fluye de la Sagrada Liturgia y vuelve nuevamente a ella. Como los ojos de los amantes se detienen en una mirada compartida después y antes de besarse, así la adoración ante la Eucaristía comparte el ritmo natural de un “beso” con la Sagrada Comunión. El amor sobrevive tanto en la contemplación como en la unión, en la mirada y en el beso.

80. San Agustín nos enseña esto cuando al hablar del cuerpo Eucarístico de Cristo dijo que, “consumimos lo que adoramos, y adoramos lo que consumimos.” Entrar en este círculo de adoración y consumación es conocer una muestra de la bienaventuranza que el Señor desea que conozcamos. Los santos son los mejores maestros del poder de la adoración Eucarística. Santo Domingo Savio escribió una vez: “No necesito nada en este mundo para ser feliz. Solo necesito ver a Jesús en el cielo, a quien ahora veo y adoro en el altar con los ojos de la fe.”En una ocasión una persona se quejó con Santa Teresa de Ávila de que su fe en Jesús habría sido más fuerte si hubiera podido ver al Señor durante los días de su ministerio terrenal. La Santa le respondió rápidamente, “Pero ¿Qué no tenemos en la Eucaristía a Jesús vivo, verdadero y real, presente ante nosotros? ¿Por qué buscar más?”. ¿Quién puede olvidar la sabiduría conmovedora del campesino que cuando San Juan María Vianney le pregunto qué es lo que hacía durante horas frente al tabernáculo?, este le respondió: “Yo lo miro y el me mira”. El venerable J.J. Olier escribió: “Cuando hay dos caminos que me llevan a un mismo lugar, tomo el que tiene más iglesias para estar más cerca del Santísimo Sacramento. Cuando veo un lugar donde está mi Jesús, no puedo estar más contento, y digo: ‘Estás aquí, mi Dios y mi Todo”.

81. El tiempo prolongado en la adoración Eucarística profundiza nuestra oración de manera maravillosa. El Papa Francisco habló de esta oración como una especie de necesidad durante una homilía en el 2016: “no se conoce al Señor sin este hábito de adorar, de adorar en silencio. Creo, si no me equivoco, esta oración es la que menos conocemos, la que menos hacemos, perder el tiempo, me permito decir, delante del Señor, delante del misterio de Jesucristo. Adorarle. En el silencio, en el silencio de la adoración. Él es el Señor, y yo le adoro”.

82. La expresión “perder el tiempo delante del Señor” debe entenderse solo a través del lente del amor, del cual los santos son recordatorios constantes. El beato Carlos de Foucauld escribió en presencia de la Eucaristía: “¡qué gran deleite, Dios mío! Pasar más de quince horas sin tener otra cosa que hacer que mirarte y decirte, ‘ Señor, Te amo. Oh, qué dulce delicia.” Es cierto que esta impresionante duración de tiempo puede haber sido un regalo extraordinario para este hombre santo y ermitaño, pero la fe y el amor que llevaba en su corazón por la Eucaristía es un don sobrenatural disponible para cada uno de nosotros, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo a aquellos que se lo piden.

83. A todos los padres y madres, permitan que sus hijos vean que la devoción a la Eucaristía en adoración es una parte esencial y vivificante de su horario. Como todos los padres saben, los niños aprenden de acciones consistentes más que de palabras. Cuando era niño, me sentía profundamente impresionado por la visión de mi padre haciendo una genuflexión ante el tabernáculo. Su testimonio humilde y directo me comunicó más acerca de la verdad de la Eucaristía que incluso el mejor de los catequistas. Cuando se trata de la Eucaristía, el corazón de cada niño se pregunta secretamente: ¿lo cree papá? ¿lo cree Mamá? ¡Dígales que sí! Pero, sobre todo, demuéstrales que si cree. La adoración eucarística es una manera poderosa de demostrarlo. Sin importar la edad de sus hijos, nunca es demasiado tarde para comenzar esta práctica.

84. Existen infinidad de maneras de aumentar el tiempo que pasamos en adoración Eucarística. Voy a sugerir sólo algunas para su consideración.

  • Haga una visita de diez minutos al tabernáculo en una iglesia o capilla en su ruta de regreso del trabajo, de camino a una reunión familiar, o en su trayecto a realizar una simple tarea diaria. No se trata de la duración de la visita, se trata de la fe, la esperanza y el amor con los que pase esos momentos en la presencia del Señor.
  • Infórmese cuándo su parroquia tiene Adoración Eucarística y programe un tiempo semanal o mensual para visitar (tal vez de 30 a 60 minutos), y apéguese a él. Considere la posibilidad de invitar a su cónyuge, su familia o un amigo para que lo acompañe.
  • Durante su tiempo de adoración, considere rezar la liturgia de las horas, el rosario, leer en oración las Escrituras, leer un buen libro espiritual, tener una colección de oraciones para rezarlas en la adoración, o mirar la Hostia Sagrada en silencio.

IV. Invite a un amigo a que lo acompañe en Adoración.

85. Recuerde a algún ser querido que se siente alejado de la Iglesia. Piense en algún amigo al que le cuesta trabajo entender y participar en la Misa. Considere a algún conocido en su vida que no cree en Dios o en Cristo. Ahora imagine a cada una de estas personas sentadas tranquila y pacíficamente a su lado en un hermoso lugar de adoración durante diez minutos de adoración Eucarística. ¿Qué efecto gentil pero profundo podría tener en su corazón?

86. Los Evangelios presentan un modelo claro en el que Jesús se hace presente a la gente antes de enseñar, y ciertamente mucho antes de atraerlos a su acto de adoración en su Misterio Pascual. Podríamos decir que el patrón general es: primero su presencia, luego su adoración. El Señor está presente de muchas maneras, sin embargo ¿confiamos en que el Cristo Eucarístico puede tocar, y tocará, los corazones de nuestros amigos si los invitamos a estar allí cerca de Él?

87. Por supuesto, se necesita prudencia y discernimiento para saber cuándo y cómo ofrecer tal invitación. ¡Pero los momentos para esas invitaciones amistosas llegan! En los Evangelios vemos personas que llevan a otros a la presencia corporal de Cristo de diversas maneras. Mencionaré tres enfoques diferentes que son instructivos para nosotros hoy: el testimonio, la invitación y la conducción.

88. La mujer Samaritana en el pozo da testimonio de Jesús a toda su aldea, lo que los lleva a estar en su presencia durante dos días. Es entonces que empiezan a creer en El y vienen a verlo por sí mismos (Jn. 4,41). ¿Encontramos nosotros maneras de dar testimonio sobre el poder transformador de la Eucaristía? ¿Hablamos de una manera atractiva y convincente a nuestra familia, amigos y conocidos sobre el misterio de nuestro encuentro con el Señor Eucarístico? ¿Compartimos con ellos dónde y cómo pueden ellos también encontrar Su presencia en nuestras iglesias?

89. El Apóstol Andrés hace una invitación directa y personal a su hermano Pedro para que lo acompañe a ver al Señor. Declara a su hermano menor que “hemos encontrado al Mesías” y luego camina con él hacia la presencia de Jesús (Jn 1,42). ¿No existe una gran cantidad de personas que están a una invitación confiada y amorosa de comprometerse (o volver a comprometer) al Señor a través de su Cuerpo Eucarístico? Qué bendición seria para muchos de nuestros seres queridos y amigos más cercanos si tuviéramos el valor de Andrés para decir, “He encontrado un tesoro en la presencia Eucarística de Cristo. ¿Te gustaría acompañarme allí?”.

90. La intercesión llena de fe por los demás desempeña un papel fundamental, especialmente cuando ni el testimonio ni la invitación son suficientes para atraer a una persona a la presencia de Cristo. Un hombre estaba tan incapacitado que ni siquiera podía caminar hasta donde estaba Cristo, así que sus amigos lo recogieron e “intentaban traerlo y ponerlo en Su [Jesús’] presencia”. Incapaces de llevarlo al interior de la abarrotada casa, lo bajaron en una camilla a través de una abertura en el techo. Jesús vio su fe, perdonó y sanó al hombre, que se “fue a casa glorificando a Dios” (Lc 5,17-26). Nunca debemos desesperar cuando alguien a quien amamos no puede o no quiere acompañarnos a la Eucaristía. Con una fe profunda, aun podemos bajarlos en la camilla de nuestra oración de intercesión a la presencia del Señor.

91. Estos tres acontecimientos nos recuerdan que la presencia de Cristo en la Eucaristía está destinada a ser compartida. También nos recuerdan que no hay un método único para atraer a otros a la presencia del Señor. A veces el testimonio honesto es suficiente para que los interesados lo busquen por sí mismos, como con el pueblo de Samaria. Para otros como Pedro, se requiere una invitación directa y amistosa a venir con nosotros a la presencia de Cristo. Tal vez hay algunos que puede que estén espiritualmente “paralizados” y para quienes el acceso directo a la adoración Eucarística aún no es una posibilidad, a estos podemos llevarlos en la camilla de nuestras oraciones de intercesión y a pesar de su condición inmóvil, bajarlos ante Cristo en su presencia.

V. Hermanos sacerdotes, hagan de la Eucaristía la fuente de toda su fecundidad sacerdotal.

92. El Jueves santo es el día en que Cristo instituyó los Sacramentos inseparables de la Eucaristía y el Orden Sagrado. Como la Iglesia nos ha recordado de innumerables maneras, el Orden Sagrado, en particular el Sacerdocio, está ordenado a la Eucaristía. Por esta razón ofrezco esta exhortación el Jueves Santo, no solo a todos los fieles, sino de manera especial a mis hermanos sacerdotes.

93. ¿De dónde surge la verdadera fecundidad sacerdotal? San Juan Pablo II fue un sacerdote que dio mucho fruto en sus más de cincuenta años de ministerio sacerdotal: sus enseñanzas, su predicación, sus viajes misioneros, su impacto social y político y su sabio pastoreo de la Iglesia a través de muchos desafíos, por nombrar solo algunos. Pero su “éxito” sacerdotal no fue el resultado de sus propios talentos naturales o de su ética de trabajo. En una ocasión en una teleconferencia compartió con los jóvenes de Los Ángeles que todo fluía de su cercanía diaria al misterio Eucarístico. “Estoy profundamente agradecido a Dios por mi vocación al sacerdocio. No hay nada que signifique más para mí o me da mayor alegría que celebrar la Misa cada día y servir al pueblo de Dios en la Iglesia. Esto ha sido así desde el día de mi ordenación como sacerdote. Nada lo ha cambiado, ni siquiera el hecho de convertirme en Papa” (15 de septiembre de 1987). A pesar de las exigencias casi inimaginables de su agenda, se arrodillaba ante la Eucaristía en oración privada cada día.

94. Cuando un sacerdote toma tiempo cada día para simplemente estar en la presencia del Cristo Eucarístico, está aprovechando la fuente más profunda de su sacerdocio: Jesús mismo. Incluso cuando la oración parece árida o desafiante, este tiempo “perdido” con el Señor se convierte en la raíz principal de su caridad pastoral. Las palabras del Señor a Sus Apóstoles elegidos en la Última Cena penetran en los corazones de nosotros los sacerdotes cuando nos sentimos desanimados, solos o fracasados: “El que permanezca en mí, y yo en él, da mucho fruto” (Jn 15,5). Cuando los sacerdotes tenemos la valentía de pasar un tiempo diario en la presencia de Cristo en la Eucaristía, nos sentimos sorprendidos e incluso abrumados, una y otra vez, en el gran misterio de que Jesucristo está verdadera y personalmente con nosotros, que está trayendo vida y fruto, incluso a través de nuestras experiencias más dolorosas, y que antes de que Él desee que trabajemos, quiere estar con nosotros como un padre, un hermano y un amigo.

95. Mis queridos hermanos sacerdotes, ¡hagamos de la Eucaristía la fuente y el corazón palpitante de nuestro ministerio sacerdotal, nuestro refugio, nuestro consuelo y nuestra única recompensa!

96. Por tanto, invito a cada sacerdote a considerar cómo puede renovar y profundizar su compromiso sacerdotal para hacer de la Eucaristía la verdadera fuente de su vida y de su ministerio. A continuación, están algunas maneras sencillas para considerar:

  • Reserve un tiempo en presencia del Santísimo Sacramento cada mañana antes de ocuparse en el trabajo pastoral.
  • Haga una Hora Santa Eucarística diariamente.
  • Pase 30 minutos o más en Adoración con sus compañeros sacerdotes ya sea semanal o mensualmente.
  • Empiece o únase a un grupo de Jesús Cáritas para proporcionar amor fraternal y apoyo ordenado en torno al amor Eucarístico de Jesús por sus sacerdotes.
  • Celebre la Misa todos los días, incluso en sus días libres y de vacaciones.

VI. Párrocos, tengan una procesión eucarística cada año en su parroquia.

97. La conocida autora estadounidense Willa Cather no era Católica, sin embargo, escribió sobre el impacto de experimentar una procesión Eucarística. Despertó en ella un profundo anhelo por lo que ellos tenían. La belleza sensual y la exhibición pública pura de la fe católica en la Eucaristía causaron una profunda impresión en su imaginación – y en su alma. Aunque la popularidad de las procesiones Eucarísticas ha variado, debemos considerar la oportunidad especial que ofrece en la actualidad esta forma de piedad Eucarística. Si bien es cierto que el “entorno nativo” de la Eucaristía es la Misa ofrecida en las iglesias, al mismo tiempo, siglos de práctica Católica sugieren que hay algo singularmente encantador, conmovedor y simbólico cuando se realiza una procesión.

98. Considere la comunicación no-verbal tanto para los que participan como para los que la presencian: que Cristo está verdaderamente presente en la Eucaristía; que Él conduce personalmente a su pueblo a través del espacio y del tiempo; que los fieles se encuentran vinculados a Él como miembros de su cuerpo; que el obispo y los sacerdotes están configurados a Él como la cabeza; que todos tienen un lugar en Su cuerpo; que la Iglesia tiene un lugar y un papel, no únicamente en privado, sino sobre todo en público; que la Iglesia no tiene miedo del mundo, sino que le lleva con confianza la luz de Cristo; que la Iglesia está llena de alegría, paz y confianza en Cristo.

99. Basta solo con considerar cualquier año o incluso cada mes en nuestra época, para darnos cuenta de que las personas llevan sus pasiones a las calles para ser vistas y escuchadas. Los disturbios, protestas, marchas y manifestaciones en las calles son habituales, pero con demasiada frecuencia son alimentadas por ideologías estrechas y están enardecidas por la amargura, el resentimiento, la ira y una perspectiva secularista estrecha. Imagine el testimonio en nuestros vecindarios, pueblos y ciudades para que personas de todos los orígenes vean que la Iglesia tiene un mensaje que llevar a las calles — el de la presencia Eucarística de Cristo, y su victoria sobre todo mal, pecado y muerte — y que esta emocionada por el testimonio ardiente del amor, la alegría y la paz.

100. Por consiguiente, invito a nuestros párrocos, junto con sus colaboradores más cercanos, a que consideren la posibilidad de planear una procesión Eucarística cada año dentro de los límites de su parroquia. Imagínese cómo una hermosa procesión Eucarística en su parroquia cada año quedaría impreso en la memoria de los niños y las familias.

101. Por supuesto que cualquier procesión Eucarística debe ser reverente, hermosa, pacífica, festiva y bien planificada, y puede que exista mucha variación de parroquia en parroquia. Para alguna parroquia en particular, la procesión podría ser de varias millas y en lugares muy públicos; para otra podría ser más corta y simplemente alrededor de las instalaciones de la parroquia. Tal vez participen unas cuantas docenas de personas o puede que sean cientos, o incluso multitudes mucho más grandes. Para algunas parroquias (como las de climas más fríos) la fiesta de Corpus Christi puede ser el mejor momento para una procesión, para otras (como aquellas que se localizan en lugares más cálidos), pueda que elijan otro día cada año. Las posibilidades incluyen la celebración de Nuestra Señora de Guadalupe (Nuestra Patrona diocesana), Cristo Rey, Epifanía, Pentecostés, la fiesta patronal de la parroquia y la celebración del aniversario de la dedicación de la Iglesia.

VII. Párrocos, consideren cómo pueden hacer de la adoración Eucarística una oportunidad evangélica más disponible.

102. Como mencionamos anteriormente, la adoración Eucarística puede ser una oportunidad significativa para la evangelización porque allí podemos verdaderamente traer a un amigo a la presencia sacramental, viva y corporal de Cristo. La Eucaristía es el mayor tesoro de la Iglesia porque es Cristo Mismo – y es el tesoro al que la iglesia invita a cada hombre y mujer en cada lugar y tiempo. Todos los sacerdotes conocen la mirada confusa y abrumada que a menudo puede aparecer en el rostro de una persona que no es Católico después de asistir a Misa por primera vez. Lo ricas, complejas y bíblicas que son las palabras simbólicas, las imágenes y los gestos en la Misa, pueden ser para algunos como otro mundo con una lengua extranjera. Para aquellos que no están familiarizados con la liturgia Católica, esta complejidad puede ser a menudo tan extraña que resulta casi totalmente impenetrable. En cambio, la adoración Eucarística es mucho más sencilla y menos exigente para una persona no evangelizada. Puede ser una especie de puerta o puente a la vida sacramental plena de la Iglesia.

103. ¿Cómo sería si su parroquia hiciera la adoración eucarística más hermosa, disponible y accesible para los Católicos quienes podrían invitar a amigos? ¿Se difundirían ampliamente los tiempos de adoración? ¿Es el lugar donde se celebra la adoración reverente, digno, seguro y acogedor? ¿Con qué frecuencia se alienta a los Católicos que asisten a Misa a que inviten a amigos y familiares a la adoración? ¿Hay recursos que puedan ayudar fácilmente a los no Católicos y a los Católicos alejados a comenzar a aprender a orar en la presencia del Señor Eucarístico?

Conclusión

104. Si Dios se ofreciera a hacer una obra sorprendente para fomentar la fe en la Iglesia y en el mundo de hoy, ¿qué le pediríamos? Podemos pedir señales y prodigios, relámpagos y fuego, como las columnas de nube y fuego en el Éxodo con Moisés, o podemos pedir milagros Eucarísticos como Hostiassangrando o levitando para profundizar nuestra fe en la Eucaristía. Tal vez simplemente pediríamos que las circunstancias culturales fueran más favorables a la religión.

105. Nada de esto haría ningún bien con respecto a la fe. San Juan Enrique Newman en un sermón titulado “Milagros no son remedio para la incredulidad” recuerda las palabras del Señor de que los israelitas “se niegan a creer en mí, a pesar de los signos que realicé en medio de ellos” (Num 14,11); y que los sumos sacerdotes y fariseos convocaron a un concilio para dar muerte a Cristo porque “esta realizando muchos signos” (Jn 11,47). La conclusión solemne de Newman es que “en lo que se refiere a nuestras opiniones, principios y hábitos religiosos, nada se gana con los milagros, nada viene de los milagros”. Sabe que con demasiada frecuencia nos encontramos con que hemos pasado “año tras año con el vano sueño de volverse a Dios algún día en el futuro”. ¿Qué debemos entonces de pedir a Dios para fortalecer la fe?

106. La respuesta no está en buscar milagros externos ni en mejorar las circunstancias. No, busque en otra parte. Newman señala el camino a seguir diciendo, “en lugar de buscar que los acontecimientos externos cambien el curso de nuestra vida, tengan la certeza de que, si nuestro curso de vida ha de cambiar, ha de ser desde dentro. La gracia de Dios nos mueve desde dentro, así como lo hace nuestra propia voluntad”. Su punto es que, si no amamos a Dios, es porque no hemos querido amarlo, ni hemos intentado amarlo, ni hemos rezado para amarlo.

107. Lo que debemos de pedir a Dios con humildad y fervor es una profundización de nuestro amor por Él con todo nuestro corazón. Debemos pedir este don, porque el amor a Dios es el único camino hacia Dios. ¿Qué nos impulsa a amar a Dios más que el sacramento del amor, la Eucaristía? Pero como escribió Santo Tomás de Aquino, el misterio del amor en la Eucaristía no está al alcance de nuestros sentidos sin ayuda, sino solo para fe “se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad”. La razón suprema de la Iglesia para creer en la Eucaristía es que confía en Jesús. Tiene fe en las palabras de su Señor pronunciadas a lo largo de los siglos en los labios de sus sacerdotes: “Este es Mi Cuerpo entregado por ti”. El Santísimo Sacramento es, por tanto, el signo más grande dado por Dios para despertar el amor en los corazones de Su pueblo hasta que Él vuelva. Roguemos a Dios por la gracia de arder con el amor divino que brota del corazón de Cristo en el sacramento de su Cuerpo y Sangre.

108. Mis queridos hijos e hijas en Cristo, la Eucaristía es el corazón de nuestra fe. Es el centro de la fe de la Iglesia porque es Cristo Mismo. Todas las expresiones concretas de la fe Eucarística que menciono anteriormente representan nuestra humilde respuesta a este misterio. Si se realizan con entrega y confianza en Dios, están destinadas a acercarnos al banquete de bodas eterno al que toda celebración Eucarística es un anticipo. Que nunca nos cansemos de descubrir que la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida Cristiana. Como origen de un gran río, todo lo que importa en la vida fluye de él. Todo el esfuerzo y la lucha de la vida la busca como la cima de una gran montaña.

109. Debido a esta razón, al continuar esta jornada terrenal hacia la eterna Tierra Prometida, nos alegramos de que Cristo Eucarístico sea nuestra protección contra las poderosas corrientes de egoísmo y las tentaciones mundanas. En todos sus himnos Eucarísticos, Aquino siempre los termina señalando la conexión entre la Eucaristía y el cielo. En el himno “Panis Angelicus”, da voz al mayor deseo y anhelo de todo corazón humano: “Dios, uno y trino, Te rogamos: Así vengas a nosotros, mientras te adoramos. Por tus caminos guíanos adonde anhelamos, A la luz en la que moras”. Nos recuerda que la manera más eficaz para prepararnos para la vida eterna es buscar ser alimentados por Jesús en la Eucaristía.

110. Me gustaría concluir esta exhortación dirigiéndome a María, Nuestra Madre, a quien San Juan Pablo II llamó: “una ‘mujer Eucarística con toda su vida” (Ecclesia de Eucharistia, n. 53). Encomendemos nuestra vida Eucarística a la entrega de su hijo a la laboriosidad y cuidado de María. Ella vivió su fe en el momento de la Anunciación, cuando se le pidió que creyera que aquel que había concebido por el Espíritu Santo era el Hijo de Dios. Ante el misterio Eucarístico, a nosotros también se nos pide creer que el mismo Jesucristo, Hijo de Dios e hijo de María, se hace presente en su plena humanidad y divinidad bajo las apariencias del pan y del vino. Su consentimiento lleno de fe permitió que Dios naciera en ella, convirtiéndola en el Arca de la Nueva Alianza. “Con su ‘si’ María abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; ella se en el Arca viviente de la Alianza, en quien Dios se hizo carne, y habito entre nosotros” (cf. Jn 1,14). (Spe Salvi, n. 49). María fue la primera en recibir a Jesús en su corazón. Ella se convirtió en el primer tabernáculo donde Dios habitó en el sentido más pleno posible. Después de Pentecostés, pero antes de su asunción al cielo, seguramente recibió regularmente la Eucaristía de manos de los Apóstoles.

111. ¿Quién más que María es una estrella de esperanza para nosotros para que podamos ver el camino a proseguir como seguidores de Jesucristo, ya que nunca hemos pasado por ese camino? ¿Quién más que María puede ayudarnos a renovar nuestra fe y fortalecer nuestro amor y devoción a Jesús en la Eucaristía? Confiados en su maternal cuidado e intercesión, invocamos e imitamos a la Virgen, mujer Eucarística:

Oh, Madre Santísima, que con tu generoso “Fiat” desencadenaste la Fuente de todas las gracias en nuestro mundo, intercede por nosotros que deseamos una fe y una devoción cada vez mayores en tu Divino Hijo, para que podamos cooperar con su obra de Redención. Que el Señor Eucarístico encuentre siempre en nuestros corazones una morada de bienvenida como lo hizo en el tuyo. Sé nuestro refugio y compañera en nuestro camino de peregrinación hacia nuestro hogar celestial, donde contigo y con todos los Santos disfrutaremos de la comunión eterna con tu Hijo, que es nuestra roca de refugio en todas las tormentas de la vida. Amén.

Promulgada el Jueves Santo de la Cena del Señor, 1º de abril del 2021.

+Thomas J. Olmsted
Obispo de Phoenix